Tuesday, July 17, 2007

¿Tiene futuro el papado?


El teólogo y especialista en Nuevo Testamento, Xabier Pikaza, lanza un nuevo libro, "Una roca sobre el caos. Historia y futuro del papado" (Trotta), en el que aborda, con su rigos y seriedad habituales, el controvetido tema de la historia y el futuro del papado de Roma. Como dice el tamibén teólogo joan Bada, "un libro arriesgado, en el que el autor hace de biblista, de historiador y de teólogo futurista".

De Joan Bada es la siguiente recensión: "Suelo decir, a menudo, que los historiadores, puestos a predecir el futuro nos equivocamos con frecuencia, a mayor rotundidad en las afirmaciones corresponde casi siempre mayor índice de error. Después de más de cuarenta años dedicados a la investigación y a la docencia de la historia, no me va el determinismo histórico. Me siento incapaz de decir: hasta ahora ha sido así, por lo tanto, a partir de ahora deberá ser así, es decir, de la misma manera o de manera radicalmente distinta.

Ojalá se pudiera volver al punto cero; es la gran tentación y el gran fracaso de la historia, vamos siempre añadiendo años, y cada año que pasa los “problemas”, por llamarlos de alguna manera, se modifican, sumando o eliminando nuevos elementos. La libertad humana es un factor difícilmente sometible a lasleyes de la estadística. Los ciclos de países y pueblos son distintos y no siempre coincidentes.

La universalidad de la Iglesia es una connotación a tener siempre presente. Hay iglesias que llevan dos mil años de historia y las hay que acaban de empezar; no podemos someterlas a todas y cada una de ellas a un mismo proceso evolutivo; ni tampoco podemos aplicar el inicio de la historia de la Iglesia apostólica a las Iglesias jóvenes actuales porque el contexto es bastante –por no decir radicalmente– distinto. Intentar sacar conclusiones de futuro para una Iglesia a la que urge inculturarse en pueblos y razas diferentes no me apetece, porque uniformiza más de la cuenta. Nos falta diversidad y nos sobra uniformismo, que además sigue reflejando más de la cuenta el eurocentrismo colonizador.

El autor, con un amplio bagaje de obra escrita, nos ofrece la continuación de una obra suya anterior, calificando su nueva aportación de libro histórico (por su base y metodología históricas) y de tesis (por su libertad de planteamientos). Al primer aspecto responden las dos primeras partes, en las que, según afirmaen la introducción, quiere ser “objetivo” –¿existe la objetividad en la historia?–; al segundo responde la última parte, sobre la problemática actual, que califica de “fascinante”.

No comparto esta afirmación; más bien constato a mi alrededor que la gente está un poco, a veces un mucho, harta de las luchas pro y contra del papado o las estructuras, y prefieren una religión más por libre. Está más en el ojo del huracán la eclesialidad que el papado.

Refundación

El objetivo del autor es complejo: libro de Iglesia, “evangelio del papado en clave de refundación cristiana”, en ejercicio de ecumenismo cristiano, religioso, humano. Su planteamiento le obliga a ser biblista para la primera parte, historiador para la segunda, teólogo futurista para la tercera. Trabajo arduo y arriesgado que es digno de agradecer que alguien lo haga, a sabiendas de que según sea la perspectiva del lector podrán satisfacerle unas cosas y otras podrán incluso desagradarle.

El espacio resulta un poco desequilibrado: un 29% de las páginas están dedicadas a cien años del primitivo cristianismo, mientras que dos milenios de grandeza y de decadencia ocupan sólo el 38%, dejando el espaciorestante a la tesis que plantea el autor con el rotundo título de futuro.

La caída del papado.

Edificar sobre el caos. Se trata, pues, como señala el autor (p. 93) de hablar de la posible, no sé si calificarla de quimérica, refundación cristiana del papado. La dos primeras notas de la segunda parte son avisos para el navegante: “La visión muy general, y quizá parcial, del tema, apoyándose en las obras más significativas”; y en segundo lugar, una osada y no contrastada estadística del número de cristianos: en el año 100 serían 7.500 los cristianos, en el año 313 (edicto de Milán) serían 6.000.000 y en cuarenta años llegaría a 34.000.000, “la mitad del Imperio”.

Tomar como modelo una Iglesia que no llega a 10.000 miembros para la refundación de una Iglesia con bastantes más millones, me parece una tarea asaz difícil, aparte de que puede facilitar la tentación conservadora que se esconde en la espera de los grandes cambios, la negativa a la evolución histórica,en este caso pensando que el Espíritu Santo, “el que os dará a entender todas las cosas”, no es sólo Pentecostés, sino que es presencia permanente, la misma que justifica el imaginario actual, la reforma del Vaticano II.

No soy biblista, por esto me miro con simpatía los esfuerzos del autor que dan un resultado sugestivo y sugerente. Lo que queda por aclarar es si las fuentes que tenemos dan para tantas conclusiones y, quizás, desearía que quedase más claro que se trata de hipótesis no siempre contrastadas.

En la segunda parte, la más extensa, encuentro afirmaciones no históricas y se dan algunos lapsus, por ejemplo al citar los volúmenes de la Historia de H. Jedin y de D. Rops. De menor tono serían: hacer obispo a Juan Hus (p. 152), afirmar que el control de las monarquías católicas sobre la elección de los papas llega hasta finales del siglo XVIII y olvidarse que el último veto a la elección de un papa se dio en 1903 (p. 166). De mayor interés por el influjo que pueden tener en la tesis final son: el tema de la infalibilidad que se atribuyea la Iglesia y no al papa, cuando así era en el primer esquema conciliar pero no en el segundo, en el que se atribuye exclusivamente al papa (p. 174-194 passim), pero sobre todo me ha sobrecogido la afirmación de que el papa es infalible “en nombre de la Iglesia y de la humanidad” (p. 194), tenemos bastante con lo primero, no añadamos más paternidades, o afirmar que el Estado de la Ciudad del Vaticano tiene “en principio” fines espirituales (p. 178), así como liquidar el tema de las misiones de Asia diciendo que como en Américala evangelización estuvo dirigida por las potencias (p. 167) olvidándose de Nobili, de Ricci, etc. y que la experiencia inculturadora terminó por orden papal.

La tercera parte, según el planteamiento, es la más libre y debemos respetar esta libertad. El autor “sueña”, cosa siempre laudable. No olvidemos, pero, que “los sueños, sueños son”.
Fuente: El periodiusta Digital

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