Sunday, November 30, 2008

La homilía de Betania: HAY QUE ESTAR SIEMPRE DISPUESTOS

Por José María Martín OSA


1.- Un grito cargado de compromiso. La primera lectura es parte fragmentada de un texto del tercer libro de Isaías, escrito después del destierro cuando comienza la vuelta a casa. Este fragmento es un grito que busca respuesta a tantos sufrimientos. ¡Ojala rasgases el cielo y bajases! Sin embargo, hay un mensaje de esperanza en las últimas palabras, cuando reconoce que Dios es nuestro Padre y actúa como un alfarero que modela la arcilla. Nosotros debemos dejar que El nos transforme y nos modele. Estos gritos que desgarran también nos agudizan el ingenio para buscar soluciones y caminos de solidaridad.

Nuestras oraciones en estos días de adviento deben ser gritos al cielo que en la tierra quieren cuajar en actos.

Mi oración ¿es también exigente, sabiendo que más que decirlo al cielo me lo estoy exigiendo a mi mismo?



2.- Los muchos dones que Dios nos ha dado nos ayudan en la espera de su venida. Las primeras comunidades cristianas esperaban el acontecimiento de la vuelta del Señor como algo inminente, porque estaban convencidas de que si el acontecimiento cumbre de la historia de la salvación, la muerte y resurrección de Jesucristo, ya había tenido lugar, la consumación de esa historia debía realizarse de forma inexorable e inmediata. Pablo, al menos en un primer momento, participó de ese convencimiento y de esa esperanza. Pero lo importante no era ni es el tiempo o el modo de esa presencia de Cristo al final de la historia. Lo importante es que Cristo, lo mismo que estuvo presente en el comienzo de la obra creadora de Dios, estará también presente en la hora final, para reconducir las cosas a Dios. En el Nuevo Testamento, el término técnico para expresar esta presencia de Cristo en el momento final de la historia humana es el de “parusía”.


El seguidor de Jesús está preparado: "No carecéis de ningún don", nos dice el Apóstol.

¿Valoro lo que Dios me ha dado? ¿Lo pongo al servicio para que crezca? ¿Veo en los demás lo positivo que han recibido?



3.- ¿Estamos preparados? Jesús acababa de salir del templo. Los discípulos le hicieron notar con orgullo la grandiosidad y la belleza del edificio. Y Jesús: «¿Veis todas estas cosas? En verdad os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida». Luego, subió al Monte de los Olivos, se sentó y, mirando a Jerusalén que estaba delante de Él, empezó a hablar de la destrucción de la ciudad y del fin del mundo. ¿Cómo sucederá el fin del mundo?, le preguntan los discípulos, y ¿cuándo llegará? Es una pregunta que también se han planteado las generaciones cristianas sucesivas, una pregunta que se hace cualquier ser humano. De hecho, el futuro es misterioso y a menudo da miedo. Hoy también hay quien pregunta a los adivinos e indaga en el horóscopo para saber cómo será el futuro, qué sucederá… La respuesta de Jesús es límpida: el final de los tiempos coincidirá con su venida. Él, el Señor de la historia, volverá. Él es el punto luminoso de nuestro futuro. Y ¿cuándo será este encuentro? Nadie lo sabe, puede suceder en cualquier momento. Nuestra vida, de hecho, está en sus manos. Él nos la dio; Él puede volver a tomarla incluso de repente, sin previo aviso. No obstante, nos advierte: podréis estar preparados para este acontecimiento si sois vigilantes. Con estas palabras, Jesús nos recuerda que vendrá. Nuestra vida en la tierra se terminará y empezará una vida nueva que ya no tendrá fin. Hoy nadie quiere hablar de la muerte…


A veces, hacemos de todo para distraernos, sumergiéndonos completamente en las ocupaciones cotidianas, hasta llegar a olvidar a Aquel que nos dio la vida.

¿Estaremos preparados para encontrarnos con Él? Es decir, ¿estaremos en el amor?



4.- ¡Estad siempre dispuestos! ¿Cómo velar? Ante todo, sabemos que vela bien precisamente el que ama. Lo sabe la esposa que espera al marido que se ha quedado hasta tarde en el trabajo o que debe volver de lejos después de un viaje; lo sabe la madre que está intranquila porque el hijo todavía no ha vuelto a casa; lo sabe el enamorado que no ve la hora de encontrarse con su amada... El que ama sabe esperar también cuando el otro tarda. Esperamos a Jesús si lo amamos y deseamos ardientemente encontrarnos con Él. Y se le espera amando concretamente, sirviéndolo, por ejemplo, en el que está cerca de nosotros, o comprometiéndose en la construcción de una sociedad más justa. El mismo Jesús nos invita a vivir así en la parábola del siervo fiel que, esperando a su señor, se encarga de los criados y de los asuntos de la casa; o la de los siervos que, en espera siempre del señor, se ponen a trabajar para que los talentos recibidos fructifiquen. El Adviento es tiempo de espera y esperanza. ¡Velad! ¡Estad atentos! Es lo que les pide Jesús a sus discípulos, y es también lo que nos pide a nosotros en este tiempo de Adviento. ¡Tened los ojos abiertos! ¡Estad siempre dispuestos!... nos invita a ser centinelas. El centinela es el que vela, el que está atento a lo que pasa alrededor del castillo. ¿Estamos nosotros atentos a lo que pasa a nuestro alrededor? ¿Nuestros ojos son capaces de descubrir, como el centinela, quien se acerca a nosotros y qué necesita? Piensa en un momento la cantidad de personas que a lo largo del día se acercan a ti ¿les miras con ojos de centinela? Quien mira con ojos de centinela y descubre la realidad que le rodea es difícil que no esté dispuesto y responda. Pedimos en este comienzo de Adviento: unos ojos que estén en vela, que sean capaces de mirar a las personas y descubrir en ellas sus alegrías, sus preocupaciones, sus ilusiones, sus tristezas y además una actitud para estar dispuestos a responder a los que nos necesitan. Os ofrezco para terminar esta oración de Chiara Lubich:


«Jesús,
hazme hablar siempre
como si fuese la última
palabra que digo.
Hazme actuar siempre
como si fuese la última
acción que hago.
Hazme sufrir siempre
como si fuese el último
sufrimiento que tengo
para ofrecerte.
Hazme rezar siempre
como si fuese la última
posibilidad
que tengo aquí en la tierra
de hablar contigo.»

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