Sunday, August 16, 2009

La homilía de Betania: JESÚS, EL BUEN PAN

Por José María Maruri, SJ

1.- Los evangelios de todos estos últimos domingos están llenos de olor a buen pan. El Señor nos viene diciendo que Él es el pan bajado del cielo, el pan vivo, que el que come de este pan tiene vida eterna. Y se pregunta uno por qué el Señor Jesús se le llama el Buen Pastor, y nunca ha cuajado el título de, o el Buen Pan, o el Buen Panadero. Todo el Evangelio huele a pan recién hecho. Belén, donde el señor nació se traduce por la Casa del Pan.


--Cuando Jesús siente pena por la multitud hambrienta lo que multiplica es pan.

--Cuando nos enseña a pedir lo que necesitamos nos enseña a pedir el pan nuestro de cada día

--A la pobre cananea le dice que no está bien echar el pan que comen los hijos a los perros y la cananea le rebate que los cachorrillos comen las migajas de ese pan debajo de la mesa.

--Y al despedirse de nosotros con la promesa de que estará con nosotros hasta el final de los tiempos nos deja su Cuerpo en pan… ¿No merece ser llamado el Buen Pan?



2.- ¿Pero qué pretendía el Señor al hablarnos de tanto pan? Para el pueblo sencillo que le seguía sin comer pan era símbolo de satisfacción de un hambre endémica, símbolo de la vida que el pan mantiene,


Aun para nosotros que hacemos tantos remilgos del pan por miedo a los triglicéridos, el pan sigue siendo símbolo del hambre satisfecha y de unas fuerzas reparadas.


Un buen chef de un buen restaurante no podría entender que la mitad de los invitados a un banquete ni tocaran los alimentos. Y eso es lo que pasa cada domingo en nuestras eucaristías. ¿Es que no sabemos que necesitamos el alimento bajado del cielo?


Jesús nos quiere decir que le necesitamos a Él “porque sin Él no podemos hacer nada” como nuestro cuerpo necesita del alimento de cada día, sin él nuestro cuerpo se debilita, cae en toda clase de enfermedades y al fin se sumerge en un coma profundo.


Necesitamos alimentarnos con la fe de Jesús. Y necesitamos recibirle en la Eucaristía. No es un acto de piedad o de devoción que se pueda hacer como tres Avemarías o un Rosario. Se puede dejar de comer bombones, pero no se puede dejar de impunemente de comer ordenadamente cada día.


Nos sentimos débiles, caemos constantemente en los mismos pecados o en otros cada vez peores. Y no se nos ocurre pensar en lo más elemental: si estamos comiendo bien o nos estamos abandonando sin tomar el pan nuestro de cada día.


Una vez que unos nuevos cristianos japoneses asistieron a una misa en esta Iglesia nuestra de la calle de Serrano (**) luego me comentaban: “¿Cómo es posible que no comulguen todos los que asisten a misa? ¿Nos lo podéis explicar?



3.- Hay otra cosa que nos quiere enseñar el Señor al hablarnos tanto del pan: y es que nuestra vida cristiana no es seguir a un jefe a un rey. No es imitar al Señor en sus maneras, su vestido, su voz. Ser cristianos es asimilarnos al Señor, como nos asimilamos y hacemos nuestro el pan que comemos. Es asimilar esa vida suya de forma que podemos decir como Pablo: “vivo yo, digo no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”. Es asimilar sus sentimientos, su escala de valores, sus adhesiones, sus rechazos. Es que en obras y palabras asimilemos a Cristo.


Que como Cristo nos amó, amemos; como Cristo perdonó, perdonemos; como Cristo supo comprender a los demás, sepamos comprender. Cristiano es ser Buen Pan para los demás.


El pan que comemos no lo racionalizamos, no lo memorizamos, lo asimilamos. Y por eso no harta y nos satisface. Como dijo San Ignacio no el mucho harta y satisface el alma sino el sentir hondamente las cosas de Dios.

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