Friday, August 21, 2009

Morir dignamente

20-Agosto-2009 Juan Masiá


Un amigo leyó sorprendido los titulares de un columnista del integrismo (los hay muy cerriles entre los inquisidores fundamentalistas de este país), que criticaba, unos días antes de su celebración, el seminario sobre eutanasia y suicidio asistido. Me telefoneó para cerciorarse: “¿Has visto lo que cuenta el reportero? Dice que retorna el nazismo y eliminarán a personas ancianas indefensas, discapacitadas o discriminadas. ¿No habrá que oponerse a la eutanasia? ¿Qué vas a decir sobre este tema?”. Le respondo enviándole copia de mi intervención en el seminario sobre muerte digna, eutanasia y suicidio asistido, en Santander, en la UIMP, el 12 de agosto de 2009, que reproduzco a continuación:


Ante todo, vamos a “poner bien los nombres”, como decía Confucio. “Para pensar bien , empezar por corregir las malas definiciones”.


Si eutanasia significa “hacer lo que hizo Hitler”, sobra el debate, la respuesta sería tajante: “¡No, inadmisible!”.


Si eutanasia significase liquidar a personas ancianas, enfermas o discriminadas, violando su dignidad y autonomía, todo el mundo se opondría sin titubear y ni siquiera necesitaríamos estudiar el tema.


Pero si la pregunta es “¿podemos y debemos ayudar a bien morir?, habrá que matizar la respuesta y gastar tiempo para evitar malentendidos y confusiones.


“Eu-tanasia” significó originariamente, como es sabido, “buena muerte”. Después pasó a tener un sentido peyorativo, usándose para designar homicidios por compasión, genocidios racistas, actuaciones analgésicas o anestésicas en situaciones terminales (sin la debida indicación, consentimiento y protocolo), omisiones iresponsables de tratamiento y otras actuaciones injustas contra la dignidad y autonomía de las personas pacientes.


Ante lo extendcudo de este uso indiferenciado e inexacto del término “eutanasia”, no es extraño que su mera mención provoque rechazo o escándalo por parte de quienes quieran ser coherentes con sus convicciones éticas en favor de la defensa de la vida y dignidad de todas las personas en todas las fases de su biografía.Se agradecería poder recuperar el buen significado original del concepto de eutanasia. Pero no será fácil. Por tanto, es preferible plantear la pregunta sobre muerte y dignidad así: “¿Podemos y debemos ayudar a las personas a morir dignamente?”
Responderé distinguiendo dos situaciones (llamadas “A” y “B”) de solicitud de ayuda por parte de la persona que desea morir dignamente.


Situación “A”: Solicitud de ayuda en el morirSituación “B”: Solicitud de ayuda para morir.
Consideremos ambas situaciones:


El primer caso es el de una solicitud de ayuda para vivir y morir dignamente el proceso de morir; para decidir cómo vivir dignamente hasta el último momento antes de morir.
El segundo caso es el de una solicitud de ayuda para determinar el cómo y el cuándo morir, en algunas circunstancias especialmente penosas, de patologías irreversibles con sufrimientos insoportables.


Precisemos sobre ambas situaciones:
A. En el primer caso la “ayuda en el morir” consiste en :

1) No iniciar o retirar tratamientos desproporcionados (no llamemos a esto ”eutanasia pasiva”, para evitar confusiones, y no lo confundamos con el homicidio por omisión; aquí se trata de omitir lo que no hay necesidad ni obligación de proporcionar, ni tiene sentido para la persona paciente, sino es una carga, sin esperanza razonable de aportar calidad de salud).

2) Administrar analgésicos o anestésicos, en la medida necesaria, ni más ni menos de lo requerido para aliviar el dolor, aunque ello conlleve la aceleración del proceso de morir (No llamemos a esto “eutanasia indirecta”, para evotar malentendidos, y no lo confundamos con el homicido por compasión).

3) Acompañar humanamente a la persona paciente con respeto a su dignidad y compasión hacia su vulnerabilidad. (No separemos este cuidado humano de la atención socio-sanitaria cuidadora y cuidadosa).


Estos tres puntos resumen el núcleo de la respuesta a la solicitud de respeto a la diginidad y autonomía de la persona paciente “durante el proceso de morir”. Así es como se formula dicha solicitud en muchas instrucciones o directrices anticipadas (los llamados, a veces confusamente, “testamentos vitales”). Estos tres puntos son comúnmente admitidos por la mayoría de posturas éticas y religiosas.


B. En el segundo caso, la “ayuda para morir” consiste en solicitar (si la ley lo permite, allí donde lo permita y con las condiciones y requisitos exigidos) ayuda para determinar el cuándo y el cómo del morir. A esto es a lo que se llama técnica y apropiadamente eutanasia: Una persona adulta y capaz, con patología irreversible y sufrimientos insoportables, solicita reiterada y conscientemente la intervención médica, debidamente controlada socialmente, para poner fin dignamente a su vida en este mundo (Véanse las correspondientes precisiones en las legislaciones de Holanda y Bélgica, sobre eutanasia, y Suiza y Oregón, sobre asistencia al suicidio).


Este último punto es controvertido por parte de diversas posturas de convicciones éticas o desde perspectivas religiosas. Está inacabacdo el debate sobre la conveniencia de su despenalización. También se dividen las opiniones (tanto dentro de los planteamientos éticos como entre las perspectivas religiosas) acerca de la conveniencia, justificación y requisitos de dicha “solicitud de ayuda para morir dignamente”


Ante las interpretaciones éticas diversas dadas hasta ahora sobre muerte y dignidad, los documentos oficiales del magisterio eclesiástico católico (sobre los que nos piden opinión a quienes estamos implicados en tareas académicas de teología), han reiterado su admisión de la solicitud de ayuda en el morir (a la que me he referido en el primer caso) y han rechazado la solicitudd de “ayuda para morir” (a la que me he referido en el segundo caso).


Desde una postura de revisión de la moral teológica (hoy urgente y necesaria), es posible cuestionar la absolutez de estos posicionamientos oficiales eclesiásticos en materia de ética. Sería pensable plantear la posibilidad (perdón por usar este circumloquio rahneriano para obligar a asentir incluso a los inquisidores más recalcitrantes), sería pensable, digo, la posibilidad de que, tanto unas directrices anticipadas que se limitasen a la solicitud “A” como las que incluyen, además de esos tres puntos de “A”, un cuarto punto: el de la solicitud “B”, sean formuladas como expresión de la opción personal y responsable de personas que adoptan esas decisiones avaladas, a la vez, por convicciones humanas y por convicciones de fe.


Pienso que, tanto la opción por solo “A” como la que incluye “B” podrían hacerse desde una ética laica o desde una ética en el marco de perspectivas creyentes que la refuerzan y motivan.
En ambos casos la clave para evaluarlas sería el respeto a la dignidad y autonomía de la persona paciente.


Pero no quisiera que se malinterprete la autonomía como si fuera mera autosuficiencia. Por eso me parece importante precisar que el complemento inseparable de la autonomía es la confianza. Permítaseme expresarlo desde mi propia convicción personal, tal como lo formulo en mis propias directrices anticipadas:Solicito respeto a mi dignidad y autonomía, así como a mis convicciones éticas y espirituales. Por eso pido y espero a quienes me asistan que me ayuden a mantener hasta el final una triple confianza:


a) Confianza para ponerme en manos de mis cuidadores, que me proporcionen los cuidados apropiados, ni exagerados ni insuficientes, incluida la sedación necesaria.

b) Confianza en las personas allegadas, que me acompañen humana y espiritualmente.

c) Confianza en el misterio último que da sentido a la vida, en cuyas manos encomiendo mi espíritu en el tránsito de retorno a la Vida de la vida.

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