Dame, Dios mío, lo que queda.
Dame lo que no te piden nunca.
No te pido descanso,
ni tranquilidad de alma o cuerpo.
No te pido riquezas,
ni éxitos, ni siquiera salud.
Todo esto, Señor, te lo piden tanto
que ya no debe quedarte nada.
Dame, Dios mío, lo que te queda.
Dame lo que no te aceptan,
inseguridad, inquietud,
obstáculos, tormentas.
Y dámelo, Señor, definitivamente,
para siempre,
porque luego ya no tendré humor
para pedírtelo.
Dame, Dios mío, lo que te queda.
Dame lo que otros no quieren.
Pero dame también el valor,
la fuerza y la fe.
(A. Zirnheld)
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