Multitud en Milán para el pontífice que condena el aborto y la eutanasia
GIACOMO GALEAZZIMILÁN
«Nunca he visto un diálogo semenjante entre un Papa y la gente», dice conmovido un anciano párroco. La jornada particular de Benedicto XVI tuene un epílogo memorable. Desde el atardecer, un arcoiris de familias busca y encuentra ese diálogo con el Pontífice. Desde la inmensa platea le aclaman y desde el palco le dirigen preguntas sobre una multitud de temas, incluso incómodos como sobre los sacramentos negados a los divorciados que se han vuelto a casar o las dificultades de la fidelidad a la doctrina. Y así, la fiesta católica se transforma en un ágora y, paralelamente, en una máquina del tiempo. Después de haber escuchado un universo de testimonios, de parejas y de hijos de todos los rincones del planeta, Joseph Ratzinger se sale del protocolo y deja a un lado sus discursos preparados. Mira en los ojos a los representantes de las delegaciones del VII Encuentro Mundial de las familias, anuda los recuerdos y, con su característica improvisación acertada, evoca su vida familiar y se pone a dar consejos de sabiduría como hombre de fe comprensivo.
Como un abuelo en una tarde de varano, describe los paseos a la montaña con sus padres, la música en la casa, la infancia y sus panoramas. Pedazos de cotidianidad, fulgores del ánimo humano para compartir. El párroco del mundo conjuga calor y fidelidad a la doctrina. No deja de proponer «altos ideales» por doquier (en el Duomo, en San Siro, en el arzobispado, en Bresso) y para las familiasque le abrazan como nunca. «He buscado en mis recuerdos algo semejante, pero no lo encuentro», resume el portavoz vaticano, el padre Federico Lombardi. Sin embargo, el modelo de vida pública y privada que propone el Papa está my alejado de lo bajo.
Y de esta forma, el Pontífice, teólogo y pastor, exhorta a los políticos para que no voten leyes a favor de la eutanasia y del aborto, invita a los jóvenes a casarse porque sólo con el matrimonio se crea la familia y reafirma el valor del celibato para el clero. A pesar de predicar de una manera seguramente poco blanda y edulcorada, todas las etapas de sus tres jornadas en Milán constituyen una oceánica inmersión de humanidad. En un importante “cara a cara” recibe el saludo, en la curia, del cardenal Carlo Maria Martini, histórico líder del episcopado progresista, símbolo de una Iglesia que, en Milán, sabe como unirse, mientras que en Roma, los topos envenenan los vértices eclesiásticos.
«La gente advierte la sinceridad y la fuerza de su mensaje» dice don Luca, párroco siciliano, que bajo la sombra de las puntas góticas de la catedral empuja la silla de ruedas de un niño discapacitado que se dirige hacia la bendición papal.
Cantos y ovaciones acompañan los movimientos del Papa. Delante del estadio Meazza, la multitud esperaba al Papa ya desde el alba. «En familia, he aprendido la fe y he forjado mi carácter ante las elecciones decisivas, por lo que he sentido el deber moral de devolver al Papa un poco del bien que recibo gracias a sus enseñanzas», cuenta Alessio Angeloni, un hombre de 35 años, procedente de Ancona con un grupo de veinte amigos. Habla también, don Vasco Giuliani, 65 años, párroco de la Iglesia de S.Andrea de Florencia, que tras veinte años como asistente de Acción Católica, actualmente se encarga, en la diócesis, de la pastoral familiar: «Benedicto tiene el mejor producto (Cristo) al mejor precio (gratis)», sonríe. Y reconoce al Pontífice el «valor de proponer, no un modelo general de familia, sino el de la identidad cristiana».
Su pueblo lo busca y en él encuentra una pluralidad compuesta de historias individuales. La vigilia en Bresso es una entrevista colectiva. Divorcios, crisis económica, dificultades de sentido. El Pontífice no tiene «una receta sencilla» para cada dificultad y lo dice claramente, pero para cada caso ofrece un punto de reflexión, la consolación de la proximidad, el calor de una enseñanza que se puede aplicar a la vida real. A una familia griega en la ruina, a causa de la recesión, diceconmovido: «Las palabras no bastan, deberíamos hacer algo concreto y todos somos incapaces». Y luego, un llamamiento a la responsabilidad para los políticos: «Las personas sufren y tienen qua aceptar las cosas tal y como están». Todo ello, entre medio millón de personas que leen en la expresión del Papa un rayo de esperanza. «La Iglesia ama a los divorciados, no se os excluye». Nadie está fuera, nadie está solo.
Vatican Insider
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