El Papa dio lo mejor de sí en sus respuestas improvisadas. ¿El aporte de los cristianos en la sociedad? No es ser profetas de la desventura, sino testigos de «vida buena»
ANDREA TORNIELLIMILÁN
Un millón de personas esta mañana se reunieron alrededor de Benedicto XVI para la misa con la que concluyó el VII Encuentro de las Familias, evento que se celebró en un momento particularmente difícil para la Santa Sede y para la “familia” pontificia en particular, por los “vatileaks” y la investigación que ha llevado al arresto del ayudante de camara del Papa Paolo Gabriele.
Se ha dicho que el afecto de los fieles (que vinieron a Milán desde 153 países), que se comportaron muy bien durante la gran liturgia del Parque de Bresso, pero que también mostraron su afecto en los momentos de fiesta, consoló y apoyó al Papa en este momento tan difícil. La realidad que se ha visto en estos tres días milaneses de la visita es que Benedicto XVI ha animado y apoyado no a la «familia normal», sino a familias concretas, de carne y hueso y que aceptaron su invitación desde todos los rincones del mundo. Ha animado y apoyado las experiencias positivas que ya están en marcha.
Un primer dato, que sorprendió a más de una persona, es la capacidad de Ratzinger para soportar la fatiga. En particular el sábado por la noche, durante la Fiesta de las Familias, cuando el Papa (que da lo mejor de sí en cuanto eficacia y capacidad comunicativa) respondió improvisando las preguntas que le hicieron. Preguntas que ya conocía, claro, pero a las que respondió de forma concisa y precisa.
Paradójicamente, justamente en la cita pública con menos políticos en las primeras filas, cuando el sol ya se había puesto en el Parque de Bresso, el Papa dijo la cosa más hermosa sobre los políticos: «Me parece que debería aumentar el sentido de la responsabilidad en todos los partidos, que no prometan cosas que no pueden realizar, que no busquen solo votos para sí, sino que sean responsables por el bien de todos y que se entienda que la política siempre ha sido responsabilidad humana, moral ante Dios y ante los hombres».
Un segundo elemento tiene que ver con el registro que el Papa eligió para los mensajes que lanzó en estos días. Se podían esperar anatemas en contra de las «amenazas» que atormentan a la familia; sin embargo (a pesar de ciertos términos como “aborto”, “eutanasia” y “parejas de facto”), Benedicto XVI habló por tres días sobre la familia y familias sin pronunciar nunca estas palabras. Habló siempre positivamente, animando. Y mostró cuál es y cuál debe ser el aporte de los cristianos para la «sociedad líquida» y plural: una minoría creativa, compuesta por personas que no hacen los «profetas de la desventura» (como recordó el cardenal Scola en el primer saludo al Papa e la Plaza del Duomo de Milán), sino que traten de testimoniar experiencias de «vida buena».
Aunque no presente ningún cambio doctrinal con respecto a la participación eucarística, fueron muy significativas las palabras que ayer y hoy pronunció el Papa sobre los separados y divorciados, mostrando que recibe y acoge sus dificultades y su sufrimiento, y pidiendo que las comunidades pongan más atención al problema. Muestran, además, que el verdadero Ratzinger, aquel con el que se ecnontraró un millón de peregrinos en Bresso, es diferente del Ratzinger que se percibe a través de los medios de comunicación.
Ningún anatema, pues, ni condenas o regaños. Tampoco panoramas oscuros sobre la realidad (por lo demás, objetivamente difícil), que las familias y el mundo están viviendo. Benedicto XVI no «voló alto», sino que más bien habló de Otra cosa, de aquello por lo que todavía puede valer la pena vivir y construir una familia.
Vayican Insider
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