Tuesday, July 17, 2012

Algo para pensar y orar en esta semana



¿Qué trata Dios de hacer con nosotros en nuestros años de vejez? ¿Cómo podemos encontrar un sentido a nuestro menoscabo y dolor? ¿Podrán las constantes aguas amargas de estos años, convertirse en vino?
La vejez aterroriza a la mayoría de nosotros: necesitamos ayuda para poder navegarla bien. Ocasionalmente, encontramos a figuras sabias que nos ayudan a ver mejor el camino que recorreremos, personas que han asumido la realidad de su propia ancianidad. Ellas son sólo ellas; no son “difíciles” – o por lo menos no por mucho tiempo. El amor fluye, a través de ellas, hacia los que los rodean; incluso si han sufrido una apoplejía, y apenas puedan hablar. Si podemos encontrar personas como ellas, tratemos de ser como ellas. Si lo conseguimos, seremos una bendición para el mundo.
Se necesita algún nivel de experiencia de Dios, al ser bueno, para poder enfrentar las etapas finales de nuestra vida. Desde Dios – ya sea que lo reconozcamos o no – recibimos “todo lo que es bueno” (Oración Eucarística 4). Hacemos bien al reflexionar sobre esto. Llegamos a entender que nuestro desarrollo, en esta etapa de la vida, dependió de desprendernos de etapas confortables. Aunque nos hayamos resistido, algo - o Alguien – nos empujó hasta que lo aceptamos. Este empujar fue para nuestro bien – como el empujar que sucede al dar a luz. Nos llevó a algo mejor.
Este proceso continúa en los últimos años. El empujón final y su desprendimiento, que es nuestra muerte, nos traerá algo incomparablemente mejor que lo que ahora tenemos. Sólo nuestras manos vacías podrán tomar lo que se nos presenta. Un sabio y buen Dios orquesta nuestra ancianidad. Así que debemos confiar en el proceso, creyendo firmemente que Dios nos revelará nuevos panoramas que nos mostrarán cómo es la vida humana realmente, lo que “ni ojo vio, ni oído oyó, ni por mente humana han pasado, las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman” (1 Corintios 2:9).
Espacio sagrado

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