Friday, February 22, 2013

El ‘síndrome de Lerma’ zarandea algunos conventos



JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | La noticia se repite con frecuencia en esta vieja Europa. Crece el síndrome de Lerma, esa remozada vida religiosa que busca reformarse desde las afueras más que desde el interior. Jóvenes vocaciones amarradas a un conservadurismo que buscan justificar por la bravura de la entrega y por su vida austera.
La historia que cuento es un simple botón de muestra: Bergara, en el Alto Deva, cruce de caminos entre el Cantábrico y la Meseta, mítico escenario del abrazo que acabó con la Primera Guerra Carlista.
En otoño de 2012, el entusiasta obispo Munilla despide a las cinco últimas clarisas. Tienen más de 80 años. Este año, el convento cumpliría 500 años. Se las conocía como “monja zaharrak”, cariñoso apelativo. El obispo ya barruntaba cómo llenar aquellas celdas vacías. Había conocido a unas monjas nuevas en un viaje a Córdoba. Allí se las presentó el obispo Demetrio, buen compañero, con visiones eclesiológicas afines. Y pensó en ellas como ariete para reevangelizar Euskadi.
Abrió de nuevo las puertas del convento de la Trinidad a una veintena de monjas jóvenes, con edades que rondaban los veinticinco años, procedentes de varios países, que entre ellas se entienden en francés, rezan en latín y estudian euskera y castellano. Un cartel en la puerta del convento daba la bienvenida a cualquier alimento que la Providencia les llevara.
El convento se llenó de hábitos grises y túnicas blancas. Era la Asociación Pública de Fieles Hermanas de San Juan y Santo Domingo. Desde Córdoba buscaban extenderse. El obispo cordobés fue buen anfitrión, aunque a otras las dejara ir sin un adiós. Las Escolapias podrían hablar. Demetrio y Munilla querían tener su propio Lerma, ese fenómeno burgalés sobre el que suelo suspender el juicio, porque de internis, neque Ecclesia.
Y de Roma llegó una carta, firmada por el cardenal Bertone, advirtiendo a todos los obispos que esta asociación, fundada en Friburgo y acogida ahora en Córdoba y San Sebastián, debía suprimirse sin dilación y no podría refundarse. Estos dos obispos han quedado sorprendidos por la contundencia de la resolución vaticana, mucho más rápida que otras que ellos han urdido en algunos asuntos de calado teológico y editorial. Roma locuta, causa finita.
Estas nuevas monjas siguen, no obstante, alojadas en ese convento. No estaría bien que el obispo las desalojara en estos tiempos de desahucios en los que tantas casas religiosas hay vacías. Otra cosa es que ese modelo de vida religiosa sea desalojado de la Iglesia.
Aviso para navegantes. Hay un escenario en la vida religiosa sobre el que es conveniente moverse. Está muy claro en el reciente magisterio pontificio. Lo que no está roto, no hay que arreglarlo, y lo que esté mal, hay que renovarlo buscando en el interior la fuerza renovadora. Lo nuevo es bueno si es que no llega destruyendo. Estas jóvenes vocaciones necesitan apoyos con más sentido común.
Vida Nueva

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