Curas casados, respeto a los homosexuales, preservativos aceptados, mujeres dando misa son algunos de los cambios que una enorme mayoría, en particular entre católicos, espera ver. La muy baja autoridad papal.
Por Raúl Kollmann
Pese al lugar que ocupa el Vaticano en la vida pública y mediática argentina, nada menos que dos de cada tres argentinos sostienen que el Papa tiene poca o ninguna importancia en su vida. Y entre los propios católicos, más de la mitad también consideran que el Sumo Pontífice no tiene peso en sus existencias. El concepto se encadena con otra mirada: ocho de cada diez argentinos que se consideran católicos dicen que, más allá del Papa que se elija el mes próximo, la Iglesia debe modernizarse y sólo una pequeña minoría cree que debe reforzar sus posiciones históricas. Esta idea general se traduce concretamente en que una abrumadora mayoría de católicos considera que la Iglesia debe aceptar el uso de preservativos, que debería aceptar la homosexualidad, permitir a las mujeres que sean curas y suspender el celibato, es decir permitirles a los sacerdotes que formen parejas y se casen.
Las conclusiones surgen de un estudio realizado por la consultora Ibarómetro, que lidera Doris Capurro, aunque este trabajo estuvo a cargo del sociólogo Ignacio Ramírez. En total fueron contactadas mil personas de Capital Federal y Gran Buenos Aires, con quienes se hicieron entrevistas telefónicas. El estudio respetó las proporciones por edad, sexo y nivel económico-social. El antecedente más importante fue una encuesta sobre religiosidad que encabezó el profesor Fortunato Mallimaci en 2008, en la que se determinó que un 76,5 por ciento de los argentinos se considera católico, porcentaje que se reduce al 69 en Capital y GBA. El estudio de Ibarómetro coincide casi milimétricamente con el realizado por Mallimaci –bajo la órbita del Conicet– porque casi el 70 por ciento se autodenominó católico. En aquella encuesta nacional, un 18 por ciento se consideró indiferente frente a la religión (aunque la mayoría igual sostiene que es creyente), un nueve por ciento se encolumnó en el evangelismo y un porcentaje algo mayor al dos por ciento dijo ser de otras religiones (testigos de Jehová, mormones, judíos, islámicos).
En el estudio de Ibarómetro, el 55 por ciento de las personas se considera poco o nada religiosa, lo que está en sintonía con lo descubierto en su momento por Mallimaci: tres de cada cuatro personas no concurren a misa. Esto es lo que explica que mucho más de la mitad de los entrevistados por Ibarómetro diga que el Papa no influye en sus vidas.
“La identidad religiosa ya no es tan inmutable como surge de su prédica –señala Ramírez–. Y diría que tampoco es homogénea y lo que se demuestra es que existen distintas formas de ser, por ejemplo, católico. A esto se suma un proceso mundial de secularización: se rompe con la hegemonía de la religión como organizadora de la vida social, colectiva e individual, pública y privada. Las identidades se configuran en forma cada vez más heterodoxa, individualizadas, y cada vez menos dictadas por las instituciones que ‘reglamentan y gestionan’ las diversas identidades religiosas.”
Lo que domina el estudio es la postura a favor de la renovación e inclusive no parecen existir muchas preferencias sobre el sucesor de Benedicto XVI. La mitad dice que le resulta indiferente y hay un 30 por ciento que preferiría que fuera latinoamericano. Pero el acento está puesto en que la Iglesia debe cambiar, sobre todo en las posturas más anacrónicas:
n Que el Vaticano debería aceptar el uso del preservativo es sostenido por el 82 por ciento de los entrevistados que se consideran católicos. Es decir que es casi unánime.
n Casi un 60 por ciento dice que la Iglesia debe aceptar la homosexualidad. Es un porcentaje alto, inclusive superior al que sostienen los que no se consideran católicos. Muestra los cambios fuertes en la sociedad, en especial en un país como la Argentina, en el que rige el matrimonio igualitario.
n También hay un 60 por ciento que afirma que la Iglesia debe permitir que las mujeres sean curas, o sea la igualdad entre el hombre y la mujer. Esta misma semana, el periodista especializado Washington Uranga mencionaba como un anacronismo que el nuevo Papa no será elegido con el voto de ninguna mujer. Se sabe que los 118 cardenales electores son hombres.
n Y en un porcentaje muy similar, también cercano al 60 por ciento, los católicos se pronuncian por suspender el celibato, es decir la norma que les impide a los sacerdotes formar pareja y casarse. El hombre común identifica esta prohibición con los numerosos casos de pedofilia en los que aparecen vinculados personajes de la Iglesia. Incluso el apartado cardenal Roger Mahony deberá pasar por los estrados judiciales de Los Angeles esta semana y a mediados de marzo estará en el cónclave que elegirá al nuevo pontífice.
Ramírez explica que “a las generaciones socializadas bajo la atmósfera cultural contemporánea, el sociólogo aleman Ulrich Beck las llama Los hijos de la libertad, para quienes las soluciones universales de la convivencia (del matrimonio, de la paternidad, de la familia, de la sexualidad) heredadas de la tradición han perdido fuerza persuasiva y practicabilidad. En el caso considerado por nuestro trabajo, advertimos que muchas de las posturas asumidas como oficiales desde el Vaticano se vuelven poco vinculantes, puesto que cada vez más la vida está en otra parte. De allí que exista entre los católicos declarados un mayoritario deseo de que la Iglesia se modernice, se actualice. Los individuos ya no se conforman con heredar principios morales establecidos o reproducir la religiosidad oficial, sino que quieren tomar parte activa en ese proceso. En la medida en que la Iglesia no asimile estas demandas, no metabolice estas transformaciones, seguirá perdiendo centralidad en la vida cotidiana de los católicos. El posicionamiento de la Iglesia, predicado últimamente por el Vaticano, como reserva de espiritualidad en un mundo degenerado, desencantado y desprovisto de valores, agudiza la distancia. Resulta evidente que la adhesión institucional ya no viene en el paquete de la identificación con el catolicismo”.
Como una síntesis de lo que refleja la encuesta, el director del trabajo realizado por Ibarómetro razonó: “En general, las personas cambian más rápido que las instituciones, que suelen tener una inercial y arisca resistencia al cambio. El caso es que la baja importancia que se le otorga al Papa (incluso entre católicos) es el signo de una religiosidad que está cambiando: desde la autoridad de las instituciones, como el Vaticano, a una espiritualidad cercana y de mayor participación”.
Página 12
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