LA GLORIA Y EL SUFRIMIENTO
Por Ángel Gómez Escorial
1. - La vida del cristiano de hoy tiene, en cierto modo, muchos paralelismos con los aconteceres prodigiosos que vivieron los Apóstoles en la cercanía de Cristo. No es fácil ver en este mundo a Jesús transfigurado, pero si ocurre que junto a momentos luminosos provistos de una luz que no es este mundo se juntan momentos tristes, opacos, llenos de sufrimiento. Como nuestro interior no está ni purificado, ni iluminado, las sombras de la duda suelen tener una importancia mayúscula y eso --claro-- nos produce sufrimiento. Pero cuando parece que esas dudas nos van a tragar aparece la luz de Cristo, que nos indica el camino.
2. - Los Apóstoles no entendieron hasta después de la Resurrección que era Cristo. A lo sumo intuyeron que estaban ante un personaje extraordinario, pero, en ningún caso, ante el mismísimo Dios. Pero cada explicación, cada escena, cada milagro iba dejando sitio en su alma, iba amueblando el espíritu para el futuro. Y eso es lo que debe hacer en nosotros este tiempo de Cuaresma. No es fácil adentrarse totalmente en el espíritu cuaresmal en medio de un mundo cuya mayor preocupación es la búsqueda del placer, de toda clase de placeres. Y resulta obvio que el goce no está en contraposición de nuestra vida de cristianos. Pero no todos los goces nos ayudan en nuestro camino de seguidores de Cristo. Asimismo, no se trata de construir la tristeza permanente. La cuestión está en tener los ojos del alma muy abiertos y ver perfectamente las iluminaciones que el Señor nos envía. Nuestra humildad debe estar compartida entre la incapacidad personal de llegar solos a los objetivos que nos han marcado el Señor y la confianza que nos dará señales y fuerzas para seguir Su camino. La esperanza debe estar presente siempre en nosotros y, si se quiere, más aun en este tiempo de cuaresma. Porque tras él llega la Pascua y en la Resurrección de Cristo debe estar todo nuestro anhelo.
3. - Y hay que resaltar, aquí y ahora, la familiaridad de Dios con Abrahán sobrecoge. Le dice el Señor que cuente estrellas y el fenómeno humano de enfrentarse ante la bóveda estrellada siempre sobrecoge. Alguna vez, en la oscuridad de un lugar lejano a las luces de los núcleos urbanos, la visión de esos puntos de luz nos transporta a otro lugar. Apenas tiene atractivo si solo queremos ver en ello una realidad material astronómica. El mensaje de la Creación que nos lleva a través de ella es, sin embargo, un apuntalamiento para nuestra fe. Lo que forma parte de la Naturaleza superior de Dios puede acercársenos de manera prodigiosa. Y eso sería, como ya hemos dicho, para los Apóstoles la escena de Transfiguración. Ocurre que nuestra capacidad de discernimiento, puesta en manos de Dios, ni nos debe ocultar la posibilidad del prodigio, ni tampoco irlo buscando de manera ansiosa y como justificación de la cercanía a Dios. No sería bueno que nuestra vista estuviera rodeada de prodigios, nos alejaríamos de nuestras obligaciones de aquí; pero tampoco sería productivo si nuestro corazón endurecido nos "prohibiera" no contemplar las maravillas de Dios.
Betania
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