Disculpen que sea crítico –rompiendo así con todas las loas que se entonan- pero no puedo simpatizar con este Papa (posiblemente con casi ningún otro tampoco: en mi opinión del “Pedro” pescador no queda nada reconocible en el actual papado, por eso el interogante del título), y no puedo hacerlo por algunos motivos. El primero y fundamental es que este hombre tiene su historia, como tenemos todos, y no podemos obviarla. De modo que no puedo dejar de recordar el papel que desempeñó en sus días contra los teólogos de la liberación, a los que persiguió doctrinal y eclesialmente, apartándolos de sus cátedras e intentando reducirlos al silencio, dejándolos así a merced de las fieras, léase militares y escuadrones de la muerte. A algunos de ellos esto les costó la vida, lo cual es muy evangélico pero resulta muy doloroso.
Además la renuncia de un Papa en nada afecta al devenir de la vida cotidiana de la inmensa mayoría de la gente común, sean o no católicos, que se afanan por sobrevivir en un mundo muchas veces hostil. El poder es antievangélico, se le disfrace de lo que se le disfrace (servicio, vocación, desempeño de tareas pastorales), de hecho los términos “padre” y “poder” son antitéticos, como también dolorosamente hay que acabar antes o después comprendiendo. Porque los Papas, como casi todo el mundo, tienen un cierto margen de maniobra y eligen con quién quieren alinearse y a quién apoyar: Pablo VI, cuando se enteró de las amenazas al obispo Casaldáliga, dijo aquello tan bello: “quien toca a Pedro toca a Pablo”. Sin embargo, Juan Pablo II –en cuyo papado Ratzinger desempeñó las tareas que antes citaba- desoyó a monseñor Romero, en vez de defenderle de los depredadores, que obviamente acabaron devorándole: dos actitudes diferentes ante una situación similar.
Por lo general no atiendo a noticias “eclesiales”, léase de lo que podemos denominar Iglesia institucional u oficial, a menos que invadan los noticiarios como ha hecho ésta. Porque en realidad “Iglesia” es otra cosa, como indiqué en una entrada previa de hace ya mucho tiempo. Y este es el comentario que se me ocurre al hilo de esta noticia, mientras seguimos en mi hospital haciendo lo que podemos por los pacientes que nos llegan, que ahora son pocos: parece que en las autonomías no autorizan los ingresos en nuestro centro, para ahorrar, dicen. Es triste que no exista una política sanitaria razonada y razonable, tal vez por ello hay algunos hospitales atestados y otros medio vacíos. Esta situación produce zozobra e inquietud en pacientes, familiares y personal sanitario. Tras la indudable crisis pueden esconderse incompetencias o intereses variados y a día de hoy es difícil saber dónde desembocará nuestro actual sistema sanitario.
Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.
Ángel García Forcada
Confesiones de un médico
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