Friday, February 22, 2013

La Cuaresma con T.S. Eliot por Frei Betto



De esto hace ya mucho tiempo. Era novicio en lo alto de la sierra, en Belo Horizonte. Le pedí al maestro que me dispensara de la liturgia del miércoles de ceniza. No se debía a que me hubiera atacado la soberbia y quisiera evitar la marca de la ceniza en mi frente.
"Polvo eres y en polvo te convertirás”. Ya lo sé. Hoy lo confirma la astrofísica: todos estamos formados del polvo de las estrellas, hornos en los cuales se cocina, con diferentes consistencias, toda la tabla periódica de los átomos que integran la materia del Universo.
A los 20 años el mundo me parecía infinito. Y mi vida interminable. Para mí no existía el pasado, el presente se impregnaba de fe, el futuro se abría como puertas abiertas de par en par por todo el idealismo que me consumía la subjetividad.
En el jardín del convento, junto a la huerta, que me tocaba cuidar, me recogí en compañía de los versos de T.S. Eliot en Miércoles de ceniza. Porque yo tampoco espero cambiar (y eso vale también hoy). Sobre todo ahora que pertenezco al grupo etario de la edad eterna –todos los que hemos sobrepasado las seis décadas de existencia y por tanto estamos más cercanos al final de todos los misterios.
"Sólo me empeño en el empeño de tales cosas”. El verso de Eliot me sonó a interrogante. La vida me enseñó que las renuncias exigen convicciones arraigadas. El ayuno del miércoles de ceniza es mucho más que abstenerse de carne. Es esperar no conocer "la vacilante gloria de la hora positiva”.
¡Qué desafiantes son las virtudes! "Enséñennos a vivir en calma”, rogaba el poeta haciéndose eco de Teresa de Ávila. No me atrevo a la santidad. El ayuno del miércoles de ceniza o, como antes, exigido durante toda la Cuaresma, es la valentía de decir no a todo lo que nos separa, divide, fragmenta, como si múltiples seres vivos se agazapasen en la hondonada de nuestro ser, confundiéndonos respecto al rumbo adecuado a seguir.
"Me alegro de que las cosas sean lo que son”. Ser del tamaño que se es. "Y le pido a Dios porque deseo olvidar estas cosas que conmigo mismo a veces discuto y a veces explico”. ¿No será el racionalismo exacerbado el principal enemigo del amor?
Desconozco si Eliot, atraído por la fe cristiana, alcanzó semejante gracia. Yo no. Las múltiples voces siguen resonando dentro de mí. Apenas me amparo con el enigma intrascendente de la fe y con la embriaguez mística de las liturgias.
Pienso ahora en los casi 250 jóvenes calcinados en la discoteca Kiss, en Santa María. ¿Qué hacían allí tantos jóvenes? Buscaban lo esencial: liturgia.
La vida está insoportablemente enganchada al reino de la necesidad. Y suspira por la gratuidad. No se va a una discoteca sólo en busca de música, baile, bebida y platicadera. Todo eso puede podría ser disfrutado confortablemente en privado. Lo que mueve a cientos de personas hacia la fiesta -en la discoteca y en el campo, en el baile formal y en el carnaval- es la imprescindible liturgia que nos hace trascender del reino de la necesidad a la esfera lúdica, onírica, mistérica, de la gratuidad. La celebración intensa, colectiva, comunitaria, la alegre confraternización que permite el descanso de la razón ("señora de los silencios”, escribió Eliot) y el alborear de la emoción ("habla sin palabras y palabras sin habla”).
En aquel jardín conventual, en compañía del poeta, intuí la importancia de ayunar de todo cuanto no alimenta el espíritu. Y dejar que éste se libere en ímpetu goloso de todo lo que resuena en el esplendor del corazón, como el sentimiento de pertenencia a la naturaleza, a la familia humana, a Dios –materias primas de la oración.
¿Entonces por qué pedí dispensa de participar en la liturgia comunitaria en la capilla y me aislé en el jardín con Eliot? ¿No recomendó Jesús que evitáramos la excesiva palabrería al orar? "Si la palabra perdida se perdió, si la palabra gastada se gastó, si la palabra inaudita e inexpresada permanece, entonces, inexpresada la palabra, todavía perdura el Verbo inaudito (…), el silencioso Verbo”.
Es lo que conviene buscar en la Cuaresma y que las víctimas de Santa María ya alcanzaron: el silencio en el Verbo. He aquí la paradoja de la fe y el sentido de ese tiempo litúrgico que precede a la Pascua.

Frei Betto
ADITAL

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