Saturday, February 09, 2013

México; el padre Ernesto Hernández Ruiz y la última frontera



El salesiano ofrece sus servicios en una tierra de inmigración y enormes tensiones

DAVIDE DEMICHELISROMA
Las olas del Pacífico se estrellan contra el muro. Los palos, la barda de fierro, parecen naufragar y perderse en el azul profundo del mar, aunque en realidad están anclados con fuerza al fondo marino. El muro de tres metros de altura comienza justamente aquí. Y se extiende a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos por unos 2000 kilómetros.


Cientos de cruces lo tiñen de blanco, como si fueran ornamentos: se trata de un pobre monumento dedicado a los miles de inmigrantes que al tratar de pasar a la otra parte han perdido la vida por el frío o el hambre, por el veneno de las serpientes o por las balas de la policía. Pasar al otro lado para llevar a cabo un sueño: el “american dream”. Tijuana, México: una de las fronteras más traficadas de todo el planeta. En los Estados Unidos, el presidente Barack Obama pretende regularizar la situación de 11 millones de migrantes y concederles la ciudadanía. Mientras tanto, alrededor de 10 mil personas duermen en las calles de Tijuana o en la orilla del Río que marca la frontera, con la esperanza de poder pasar al otro lado sea como sea.


«Muchas personas que viven aquí fueron expulsadas de los Estados Unidos, pero no se resignan a la idea de no poder volver». El padre Ernesto Henríquez Ruiz, salesiano, se ocupa del comedor “Padre Chava” , que desde hace 25 años asegura una comida caliente a los más pobres de Tijuana, sobre todo migrantes. Seis días a la semana sirve mil comidas. Los salesianos están presentes en muchas de las ciudades de la frontera entre México y Estados Unidos: Mexicali, Nogales, Ciudad Juárez, Ciudad Acuña, Piedras Negras y Nuevo Laredo. En todas ellas hay todo tipo de tráfico. Pero para los salesianos Tijuana es la más importante de ellas, porque por ella pasa el mayor número de personas.


Desde la época del prohibicionismo, los que viven del otro lado, en California, consideran que Tijuana es la ciudad de la diversión y del desorden. En Tijuana uno puede darse sin restricciones al alcohol, a bajo precio. Desde México, en cambio, Tijuana se ve como ciudad de esperanza, de sueños, de un futuro mejor. Pero muchos destrozan sus sueños y sus vidas contra el muro que la separa del “paraíso”.


«Nosotros garantizamos una comida a los más pobres, porque los que tienen hambre están dispuestos a todo», el padre Ernesto sabe muy bien que los traficantes trabajan sin parar en Tijuana. Pasar la frontera cuesta algunos miles de dólares, por lo que los que no pueden pagar se endeudan y prometen pagar cuando estén en Estados Unidos. Si no se paga, será la familia en México la que sufrirá las consecuencias. «Nosotros tratamos de convencer a los migrantes de que no se queden aquí –explica el padre Ernesto–, de que regresen a sus pueblos de origen. Incluso hicimos acuerdos con las compañías de transportes para que puedan viajar a precios descontados. Pero no es fácil, porque no aceptan la derrota de volver tras sus huellas, después de haber cultivado el sueño de una vida mejor, en los Estados Unidos».


Son las ocho y, como todas las mañanas, comienza la distribución de la comida. El padre Ernesto se tiene que ir. Son varias centenas de personas las que esperan. La fila es larga, interminable, como de un kilómetro, como todos los días. Serpentea por el centro de Tijuana, entre Melchor Ocampo y el Internacional. El muro se encuentra a pocos metros. Muchos viejos, mujeres, niños, pero sobre todo hombres podrán comer hoy. Mañana... ¿quién sabe?

Vatican insider

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