El sábado, 23 de mayo, será beatificado, en San Salvador, Monseñor Oscar A. Romero,que fue arzobispo de la capital de El Salvador en Centroamérica. Romero, como es sabido, murió asesinado el 24 de marzo de 1980, cuando estaba diciendo misa. Una bala, disparada con precisión profesional, bastó para derribar al arzobispo sobre el altar. Una bocanada de sangre fue la ofrenda definitiva de aquel hombre bueno, que había entregado su vida entera al servicio del pueblo salvadoreño, como escribió poco después el jesuita Ignacio Martín-Baró, que sería uno de los seis jesuitas asesinados en noviembre de 1989 en la Universidad Centroamericana (UCA), a donde tuve la suerte de ir a enseñar teología desde 1990.
¿Por qué mataron al arzobispo Romero? Cuando yo llegué a El Salvador, me enteré, por la Facultad de Ciencias Sociales de la UCA, que aquel país era propiedad de doce familias. La desigualdad económica, social y política, en El Salvador, era asombrosa, como reconoció el informe de la “Comisión de la Verdad”, de Naciones Unidas, en 1993. Romero fue arzobispo de San Salvador desde febrero de 1977. Se le nombró para aquel delicado cargo, en un momento tan complicado, porque se quería “un tipo de apostolado pacato, espiritualista y puritano, más inclinado a la componenda con los poderosos que a la solidaridad con los pobres” (Martín-Baró).
Y así inició su ministerio apostólico. Hasta que, poco después (en marzo), el P. Rutilio Grande y dos acompañantes campesinos fueron asesinados, en el camino de El Paisnal. La muerte injusta de aquellos hombres buenos le abrió los ojos a Romero. A partir de entonces, las homilías de Romero se esperaban y se escuchaban, no sólo en El Salvador, sino hasta en Europa.
Yo recuerdo que escuché en directo, a través de Radio Nacional de España, la homilía en la que Romero, ante la brutal masacre que sufría aquel pueblo, llegó a decir lo siguiente: “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”. Esto dijo Romero el domingo 24 de marzo de 1980. Al día siguiente, cuanto decía una misa de difuntos, un coche se detuvo ante la puerta de la capilla del Hospitalito donde vivía. El tirador profesional no tuvo ni que abrir la puerta del coche. Bajó el cristal de la puerta y, segundos después, Monseñor Romero quedó tendido sobre el charco de su propia sangre.
¿Por qué Monseñor Romero ha tenido que esperar 35 años para ser reconocido como mártir? El proceso de beatificación y canonización de Romero ha encontrado poderosas resistencias en Roma. Hasta que el papa Francisco, que sintoniza con Romero en su cercanía al pueblo sencillo y, sobre todo, al Evangelio, ha desbloqueado la causa y el reconocimiento de uno de los grandes profetas de la justicia y la paz, que (como Gandhi, Martin Luther King, Nelson Mandela, Maximiliano Kolbe y tantos otros) el s. XX nos preparó a quienes tanto necesitamos ahora la fuerza y la luz de la justicia y la esperanza. El domingo 24, a las 11 a.m., se celebrará una misa, recordando a Mons. Romero, en la parroquia de la Sgda. Familia (Polígono de Cartuja).
José María Castillo
Teología sin censura
RD
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