Durante la próxima beatificación, entre los dones del ofertorio, estará el Informe de 1993 que, al reconstruir la violencia de la guerra civil, indicaba la vía de la verdad sobre los crímenes como premisa para llegar a la paz
GIORGIO BERNARDELLI
Un documento oficial de una comisión que trabajó por encargo del Secretario general de la ONU. Páginas y páginas de reconstrucciones sobre el asesinato de Romero y de muchos asesinados también por los escuadrones de la muerte; pero también sobre todas las víctimas de las demás ejecuciones sumarias de la guerrilla marxista el Frente Farabundo Martí. Estará también el informe De la locura a la esperanza entre los signos que el próximo sábado en Sal Salvador acompañaran la esperada beatificación del arzobispo Óscar Arnulfo Romero. El volumen, que al principio de los años 90 fue el fruto del trabajo de la Comisión para la verdad que investigó sobre los doce años de la guerra civil que sacudió a El Salvador, estará en el altar del ofertorio. «Será el símbolo de nuestro compromiso para seguir trabajando por la paz en nuestro país», explicó en un comunicado la arquidiócesis de San Salvador.
Se tratará de un gesto significativo no solo para este rincón de América Latina. Efectivamente, la de El Salvador fue una de las primeras experiencias del método de las Comisiones para la verdad y la reconciliación, una vía que la Iglesia ha aconsejado para ayudar a los países afectados por las sangrientas guerras civiles a salir de los tiempos del odio. Y también en el contexto de El Salvador la Iglesia tuvo un papel importante en dicho proceso, apoyando en primera persona al arzobispo Arturo Rivera Damas, el sucesor de Romero: fue él el verdadero intermediario que permitió llegar a los acuerdos de paz firmados en 1992 en México. Pero para una reconciliación verdadera, la paz debía ser construida sobre la verdad de los hechos. Por este motivo nació la Comisión para la verdad, que fue presidida por el ex-presidente colombiano Belisario Betancur. El informe fue presentado en 1993 y, por primera vez se escribió sobre la muerte de Romero, de la que hasta entonces solo se podía hablar en voz baja: «Es absolutamente evidente que fue el ex-mayor Roberto D’Aubuisson quien ordenó el asesinato del arzobispo y quien dio precisas instrucciones sobre la organización a los miembros de sus servicios de seguridad, que actuaban como “escuadrones de la muerte”».
Pero, sobre todo, en el informe también se hablaba de las demás muertes: las de las monjas estadounidenses de Maryknoll, las de la masacre de El Mozote (800 campesinos desarmados fueron asesinados por el ejército durante una protesta), las de los jesuitas de la UCLA. No fue –como sea– un recorrido pleno de justicia, porque a cinco días de la publicación del informe, todos los crímenes de guerra fueron objeto de una amnistía general. Un paso que mons. Rivera y Damas criticó duramente: «una maniobra desesperada del gobierno para poner un velo de olvido y, pues, de impunidad».
Sin embargo, esta misma vía fue seguida en muchas otras partes del mundo para curar heridas profundas. El ejemplo más famoso es el de la Comisión para la verdad y la reconciliación en Sudáfrica, presidida por el arzobispo anglicano Desmond Tutu y creada en 1995 para investigar sobre las violaciones de los derechos humanos que se llevaron a cabo durante el apartheid. Pero también en América Latina han existido este tipo de comisiones, como en Perú y Chile. Una vía concreta para la paz en cualquier latitud. Una ofrenda para el mundo ensangrentado de hoy, mismo que su pueblo encomendará el sábado próximo a la intercesión del beato Óscar Romero.
Vatican Insider
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