Esta reflexión surge después de haber visto la película “El bosque de Karadima”. He quedado impresionado con la estrategia que utilizaba Fernando Karadima para llegar a dominar completamente a las personas que acompañaba. Anularlos en su voluntad para hacerlos completamente dependientes de sus criterios y decisiones. Todo debían consultárselo: a dónde ir de vacaciones, si podían pololear, si podían ir a tal o cual fiesta. Para ello era necesario saberlo todo, llegando a instrumentalizar el sacramento de la confesión. Era necesario adueñarse de la voluntad y la conciencia de sus acompañados. Ese es, tal vez, el mayor daño que sufrieron sus víctimas.
Muy por el contrario, considero que un verdadero acompañamiento espiritual debe buscar que el acompañante se haga prescindible. Es decir, acompañar para que el acompañado se transforme en una persona autónoma, libre, con una conciencia madura y una voluntad capaz de tomar las propias decisiones. Es un proceso que busca que el acompañado haga su propia experiencia de encuentro con Jesús, para que de ella brote algo completamente original y nuevo; y, por eso mismo, profético. El buen acompañante es aquel que sabe percibir la originalidad de la experiencia de su acompañado y es capaz de fomentarla y hacerla madurar. Y, luego, soltar…
Esto supone tener plena conciencia de que es Dios mismo el que va formando. Por ello queremos acompañar no poniéndonos nosotros en el centro, sino creyendo que es el Espíritu Santo el que va haciendo crecer a las personas y el que hace posible los frutos. Es una experiencia que nos descentra: hacia el acompañado y, sobre todo, hacia Dios.
A veces quisiéramos estar con la gente por muchos años, quedarnos en el mismo lugar pastoral para bautizar a los hijos y a los hijos de los hijos. Acompañar varias generaciones en una misma parroquia o en un colegio. Sin duda que es una experiencia que tiene valor. Personalmente, prefiero estar de paso. De paso para aprender a soltar y no crear dependencias; de paso para, con ello, subrayar que el que permanece es Dios. De paso como la lluvia que llega y se va, pero que hace brotar todo lo que toca.
SS.CC. Chile
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