III Martes de Adviento
(Sof 3, 1-2. 9-13; Sal 33; Mt 21, 28-32)
Los labios y el corazón
A medida que se acerca la Navidad, en muchos ambientes se escuchan villancicos y narraciones llenas de poesía y de ternura en memoria del Nacimiento del Niño Jesús. Suelen organizarse conciertos que interpretan los grandes oratorios de Navidad. Como si de pronto se cumpliera la profecía: “Daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes”.
Es tiempo de bendecir, de alabar, de cantar, de entonar himnos de agradecimiento, porque Dios nos visita y nos demuestra hasta qué punto llega su amor por nosotros. El salmista nos ofrece la actitud adecuada: “Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca”.
Sin embargo, al comparar las lecturas de hoy, nos encontramos con el Evangelio, texto que denuncia las palabras vacías, engañosas, falsas, justificativas, que se dicen con los labios, pero el corazón no está detrás de ellas.
El ejemplo es magistral: -«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?» Contestaron:-«El primero.»
¡Cuántas veces nos podemos evadir y encubrir con formas estereotipadas, hasta educadas, pero que en el fondo son expresiones sin compromiso!
El texto sagrado dirá en otro momento que no por decir “Señor, Señor”, se gana el cielo, sino por cumplir la voluntad de Dios. Y puede suceder que pretendamos justificarnos a nosotros mismos con ritualismos bonitos, estéticos, pero que no coincida lo que dicen los labios con los sentimientos del corazón.
La sentencia de Jesús este día es casi escandalosa: -“Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera”. Estas palabras del Maestro nos deberán sacudir la conciencia para acercarnos al Misterio de la Navidad con un corazón limpio, sincero, humilde, y con cantos llenos de fe y de adoración.
Que no pronunciemos vanamente el nombre del Niño Dios, que no cantemos sin amor por el nacimiento de Jesús; que nos volvamos un poco niños pequeños para que lo que pronuncian nuestros labios esté en concordancia con lo que amamos.
Ciudad Redonda
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