A lo largo del próximo mes la capital francesa volverá a ser el centro de todas las miradas. Representantes de 195 países se reunirán para debatir y proponer un nuevo marco común que impida que la temperatura global aumente dos grados en lo que queda de siglo. El objetivo es disminuir las emisiones para que el impacto del cambio climático -que parece irreversible- sea menor. Entrarán en escena políticos, científicos, activistas, periodistas y el típico despistado.
Para unos será importante por el clima -con discursos catastrófistas y algunos más edulcorados-. Para otros la capacidad de reunir a tanto líder mundial y para muchos el morbo de ver cómo las fuerzas de seguridad sobreviven en un estado de alerta infinita. Entre tanto revuelo mediático, está la capacidad de dialogar y lograr entendernos. En nuestra historia sí hay ejemplos de cómo el hombre se ha puesto de acuerdo. Las instituciones y los estados saben cómo organizarse para sacar provecho -véase la UE- y también para luchar contra el mismo enemigo -la OTAN, aliados en la II Guerra Mundial...-. Pero ahora es diferente, la responsabilidad no está en el otro que es enemigo y nos da miedo. Tampoco hay bonus extra por trabajar en equipo. Ahora el 'enemigo' está en nosotros mismos. Sabemos que somos el problema, y reconocemos que somos la solución, pero necesitamos hacernos conscientes y tenemos que quererlo.
Quizás esta imagen me recuerda a la del niño que sabe que se ha equivocado, pero busca con la mirada a alguien a quien echarle la culpa. Ese niño ya es adulto y sabe que el culpable es él mismo, y ya no son los padres los que tienen que solucionar su problema. Ahora le toca a él asumir las consecuencias y darse cuenta de que lo que hace no está bien. Que su estilo de vida no es ecológico, pero tampoco es humano ni cristiano y que todo pasa por reciclar primero el corazón. Ojalá de París salga algo bueno. El problema es que quizás no tengamos posibilidad de hacer borrón y cuenta nueva, porque ya no nos quede papel.
Álvaro Lobo sj
pastoralsj
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