Pero no nos confundamos de venida. Muchos cristianos creen que la venida de la que trata el adviento ocurrió en el pasado y, además, la imaginan como la venida de un niño en un pesebre, en el que había un buey y una mula. Imagen inexacta, que además corre el riesgo de apartar nuestra mente de lo esencial, a saber: el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Otros entienden que la venida de la que trata el adviento es más bien un concurso de “idas y venidas” a los grandes almacenes para adquirir alimentos con los que celebrar el fin del año y regalos con los que obsequiar a la familia.
En realidad el adviento cristiano trata de tres venidas. Una ocurrida en el pasado, en la que el Hijo del eterno Padre tomó nuestra condición humana, naciendo de la virgen María. Una segunda venida de la que trata el adviento es la de Cristo al final de los tiempos, “para juzgar a los vivos y a los muertos”, tal como dice el Credo. O sea, para manifestar la verdad de todas las cosas. Una verdad que ahora está oculta, porque en este mundo lo que suele aparecer es la mentira, la injusticia, la pobreza, y también el odio, la guerra y la muerte. Pues bien, cuando el Señor vuelva glorioso quedará claro que estas cosas tan mundanas no tienen ningún futuro. Lo único que tiene futuro es la verdad, la justicia, el amor, la solidaridad, la acogida, el perdón, la paz y el entendimiento entre personas y pueblos.
Precisamente por eso, el adviento trata de una tercera venida, a la que deberíamos prestar mucha atención, pues “el Señor viene en cada persona y en cada acontecimiento para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera gloriosa de su Reino”, tal como dice unos de los prefacios de la Eucaristía de este tiempo litúrgico. Esta venida es la que más nos cuesta comprender y, sin embargo, es la que debería preocuparnos más. En cada ser humano, sobre todo en los necesitados y despreciados, se prolonga el misterio de la Encarnación. En ellos el Señor se hace presente y reclama nuestro amor. Si no prestamos suficiente atención a esta tercera venida, la ocurrida en Belén terminará convirtiéndose en puro folklore, y la última venida en gloria y majestad es posible que sea un motivo de vergüenza (por decir algo suave) para los que no hemos sabido encontrarle en el prójimo.
Martín Gelabert Ballester OP
Dominicos
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