La vida de calidad es un proceso, no un estado del ser. Es una dirección, no un destino (Carl Rogers)
31 de diciembre, fiesta de la Sagrada Familia
Lc 2, 22-40
El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría (v 40)
En la película Sonata de Otoño (1978), del sueco Ingmar Bergman (1886-1970), la protagonista Eva, dice a Charlotte: “Cuando interpretas el movimiento lento de Beethoven en la Sonata para piano, debes sentir que vives en un mundo sin ninguna limitación, que estás ante un hecho que averiguas sin descanso, y que nunca comprenderás”.
¿Eran realmente tres los miembros que integraban la tradicionalmente llamada “Sagrada Familia” por la literatura y por el arte? Los teólogos e investigadores de la vida de Jesús no estás de acuerdo con esta visión, y defienden su punto de vista en su obra Otro Dios es posible, Parte I, que acaba de publicar Colección Exégesis Fe Adulta. María y José Ignacio López Vigil, ex jesuita, lo avalan con estos datos: “Los cuatro evangelios hablan en varias ocasiones de los “hermanos de Jesús, utilizando siempre la palabra griega “adelphos” que etimológicamente significa “de un mismo vientre” (Mateo 12, 46-47; Marcos 3, 31-32; Lucas 8, 19-21; Juan 2, 2) En el evangelio de Mateo (13,53-58) se mencionan incluso los nombres de los cuatro hermanos varones de Jesús: Santiago (Jacobo), José, Judas y Simón y se habla también de sus hermanas. En Lucas 2, 7 se lee que Jesús fue un hijo “primogénito” de María, no el hijo “unigénito”, lo que sugiere que María tuvo otros hijos”.
El calendario gregoriano señala la noche del 31 de diciembre como la última del año. En Roma, existe la tradición de arrojar los objetos viejos de la casa por las ventanas antes de las 12. Su significado es el de iniciar el año desprendiéndonos de todo lo que no nos sirve. (¿Se arrojarán, también, las viejas ideas por las del Vaticano?).
“Sabiduría es saber qué tienes que hacer, habilidad es saber cómo hacerlo, y virtud es hacerlo”, decía el naturalista americano David Starr Jordán. El Diccionario de la Real Academia Española la define en términos de conocimiento. Pablo la menciona en 1 Corintios 1, 20, y en Efesios la atribuye la función de impulsarnos “hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, y seamos hombres cabales y alcanzamos la edad de una madurez cristiana” (Ef 4, 13).
En el Antiguo Testamento nos encontramos con una especie de “Pentateuco Sapiencial” –Proverbios, Job, Eclesiastés, Eclesiástico y Sabiduría– del que dice Shökel en su Biblia del Peregrino, que su propósito “no es la enseñanza intelectual, ni proponer una especie de catecismo ético, ni indagar el puesto de la vida humana en el orden cósmico. Más bien sería como una ‘oferta de sensatez’, que no imposición, como guía para todo ser humano”.
Y no sólo para todo ser humano, sino también para cada una de sus criaturas. Cuando Dios creó el mundo y dijo: “Creced, multiplicaos y llenad la tierra” (Gn 1, 28), les propuso alcanzar su plenitud, a cada uno según su especie y naturaleza. En la Grecia antigua se la personificaba como Σοφία (Sofia), y en los iconos rusos aparece como Sabiduría Santa.
En ese mandato universal podríamos encontrar los protagonistas a que se refirió el novelista húngaro Sándor Márai en El último Encuentro, cuando escribió este sugerente texto: “Estuvieron largo rato sentados así al pie de la higuera. Escuchaban el mar: su rumor les era conocido. Murmuraba como murmuran los bosques de su patria. El niño y la nodriza pensaron que todo estaba conectado con el mundo”.
Carl Rogers, el fundador de la Escuela Humanista de Psicología, dijo en una ocasión: La vida de calidad es un proceso, no un estado del ser. Es una dirección, no un destino. Y esto es lo que se cumplen Jesús cuando de él escribe Lucas en 2, 40 que “El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría”.
En la ópera El castillo de Barba Azul, del también húngaro Béla Bartók, la protagonista Judith, canta de su jardín secreto: “¡Ah, delicadas flores! / ¡Lirios gigantes, altos como hombres! / ¡Rosas frescas, sedosas, exquisitas! / ¡Rojos claveles que brillan a la luz! / ¡Nunca he contemplado belleza tal!”. Jesús la alcanzó, y ojalá nosotros la logremos. La siguiente historia puede orientarnos en cómo hacerlo.
UN RELOJ EN EL GRANERO
Una vez un campesino descubrió que había perdido su reloj en el granero. No era un reloj cualquiera porque tenía un valor sentimental para él. Después de buscar en todo el heno durante bastante tiempo, se rindió y buscó con la ayuda de un grupo de niños que jugaban fuera del granero. Les prometió que el que lo encontrara sería muy bien recompensado.
Al oír esto, los niños corrieron dentro del granero, buscaron en todo el pajar y alrededor de él, pero ellos tampoco pudieron encontrar el reloj. Cuando el granjero estaba a punto de dejar de buscar, un niño se le acercó y le pidió otra oportunidad.
El granjero le miró y pensó: “¿Por qué no? Después de todo, este niño parece bastante sincero”.
Así el granjero envió al niño otra vez al granero. Pasado un rato, ¡el niño salió con el reloj en la mano! El granjero se sintió feliz y, sorprendido, le preguntó cómo él tuvo éxito cuando los demás habían fracasado.
Y creo que este es un problema que hay que resolver. El niño le respondió: “No hice nada, solo me senté en el suelo y escuché. En el silencio, oí el tictac del reloj y fui a buscarlo en esa dirección”.
Una mente tranquila puede pensar mejor que una mente alterada. ¡Déjale unos minutos de silencio a tu mente todos los días y te ayudará a dirigir tu vida en la manera que lo esperas!
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Vicente Martínez
Fe Adulta
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