Monday, December 08, 2008

EL CARDENAL BERTONE CLAUSURA EN ROMA EL 150 ANIVERSARIO DE LOURDES


Lunes, 8 dic (RV).- «Benedicto XVI tuvo palabras de gran consuelo, en especial para los enfermos. Habló de la sonrisa de María, fuente de serenidad y de consuelo y manantial de una esperanza invencible». En la diócesis del Papa, el cardenal Secretario de Estado ha sellado la solemne clausura del Jubileo del 150 aniversario de las apariciones de la Inmaculada en Lourdes, evocando la peregrinación pontificia y encomendando el mundo entero a la Madre de Dios.
«... El Santo Padre se une espiritualmente a nosotros y nos ruega que recemos por todas sus intenciones». Con estas palabras, el cardenal Secretario de Estado de Benedicto XVI, Tarcisio Bertone, ha manifestado la cercanía y el saludo del Papa a los participantes en la solemne celebración que ha presidido, esta mañana, en la Basílica papal romana de Santa María La Mayor.

En este año en que la solemnidad de la Inmaculada Concepción adquiere un significado aún más profundo, pues está enlazada con el 150 aniversario de las apariciones de la Madre de Dios a santa Bernardita, el cardenal Bertone se ha referido a la presencia de la imagen de la Virgen de Lourdes en esta basílica de Roma, para sellar la solemne clausura de este Jubileo en la diócesis del Papa.
En este clima de espiritualidad mariana, el purpurado ha dirigido un saludo especial a los numerosos voluntarios y enfermos de UNITALSI, sigla de la Unión Italiana para las peregrinaciones de las personas enfermas y discapacitadas al Santuario de Lourdes y a otros santuarios internacionales. El cardenal Secretario de Estado ha evocado, precisamente, la peregrinación que Benedicto XVI realizó el pasado mes de septiembre, a la gruta de 'Massabielle', para rezar a los pies de la Virgen Inmaculada, que acoge cada año a millones de peregrinos de todo el mundo: «Benedicto XVI tuvo palabras de gran consuelo, en especial para los enfermos. En su discurso habló de la sonrisa de la Virgen María, fuente de serenidad y de consuelo y manantial de una esperanza invencible».
«El dulce rostro de la Inmaculada nos asegura que Dios no nos abandona a nosotros mismos, sino que, aún más, sale al encuentro de nuestras expectativas profundas y auténticas, a la sed ardiente de felicidad de cada corazón humano. Quiere colmar nuestra sed de infinito con la belleza de su amor, que es manantial de paz y de gozo profundo, de luz y de vida inmortal», ha reiterado el cardenal Bertone, destacando que el resplandor inmaculado de María, nos recuerda que «hemos sido creados para la vida y no para la muerte; para la alegría y no para la tristeza, para el bien y no para el mal».
«Aun cuando con el pecado nos alejáramos de Dios, cuando se eligiera vivir como si Él no existiera, queda siempre en el corazón la nostalgia de nuestros orígenes, que nos vuelven a conducir a aquel 'misterio de bien' del que provenimos y del cual estamos llamados a participar». Animados por la confianza en la victoria de Cristo sobre Satanás, sobre el mal y sobre la muerte y por la Inmaculada, acojamos el mensaje de conversión y de penitencia, de renovación espiritual y de esperanza que la Virgen encomendó a la pequeña Bernardita para todos nosotros, ha alentado el cardenal Bertone, culminando su homilía con esta exhortación e invocación, llena de ternura y emoción: «¡Con sencillez y confianza de hijos, dirijámonos a María! E invoquémosla para que haga brillar un poco de su luz, también sobre cada uno de nosotros ¡Virgen Inmaculada, estrella luminosa de nuestro camino, Mujer victoriosa que aplastas la cabeza de la serpiente, hoy nos muestras tu rostro de madre. Tú María, preservada de toda mancha de pecado, intercede por nosotros pecadores! ¡Por todos los pecadores! ¡Lucha con nosotros y sostennos para que no cedamos ante los asaltos del mal! ¡Da luz y vigor a nuestra conciencia para que permanezcamos siempre fieles, dóciles y obedientes a la voz de Dios! ¡A ti María, encomendamos nuestra vida. En tus manos y en tu corazón ponemos a nuestras familias, nuestros dolores y nuestros propósitos; nuestras parroquias, la Iglesia y el mundo entero. Ayúdanos a seguir a tu Hijo Jesucristo en santidad y pureza de vida, para que podamos un día entrar, nosotros también en su Reino y contigo gozar eternamente la alegría de su amor! ¡Amén!»
Ecclesia

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