Sunday, December 21, 2008

El río de la Palabra I (Buscar la Palabra)


Mi amiga Mercedes es una mujer madura, culta, piadosa, con muy buena formación y, sobre todo, con un personalísimo trato con el Resucitado. Ella no consiente que le den gato por liebre. Se levanta muy digna y se va a la calle, hasta que las lecturas bíblicas contaminantes han terminado.


Otros católicos sufren, se inquietan, se desconciertan. Se preguntan por qué los sabios liturgistas nos proponen lecturas cuyo contenido es contrario a la doctrina cristiana y al rostro del Padre revelado por Cristo. La respuesta, en mi modesta opinión, es sencilla: La "clase sabia" de nuestra Iglesia -celosa de que ninguna letra se pierda porque se han sacralizado todas- se empeña en freírnos el pescado sin limpiar. Y el Pueblo humilde, sufriente y silente, a comer lo que le pongan sin rechistar.

El error parte de considerar "toda" la Escritura "palabra de Dios". Lo afirmo desde la "libertad de los hijos de Dios" y desde mi modesta opinión de católico mínimo que no baraja palabros incomprensibles, ni alambicadas interpretaciones, y que ama lo simple, intuitivo y claro.


Sometidos al rígido y secular autoritarismo clerical ("conciencia socializada") se nos olvida aquello de que "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (He 5,29). Y, que yo sepa, la voz de Dios nace en la "conciencia profunda", bien enraizada en el Espíritu, sin despreciar la iluminación exterior. No avanza el que se cuelga de las farolas, sino el que camina firme y decididamente dando sus propios pasos.

Esa exageración, causada por un exceso de celo, nos llevó a la interpretación literal y con ella al ridículo, como ha quedado demostrado con el paso de los años [1]. Una interpretación material y acrítica es la cuna del integrismo [2] y del fundamentalismo [3] , que son una negación del don de la racionalidad y de la asistencia permanente del Espíritu, realidades imprescindibles para un cristiano [4]. Oficialmente existe un rechazo absoluto de la lectura fundamentalista [5]. Pero, en la práctica, nos arrojan en sus brazos al ordenarnos repetir "palabra de Dios", después de cada lectura litúrgica, aunque ésta sea marginal o bochornosa para un cristiano.


¿Cómo se puede pretender encerrar a Dios en la materialidad de unas letras, de unas historias, de unos tiempos? La "palabra de Dios" sólo puede ser percibida en el hondón del corazón humano, donde está previamente inscrita. El testimonio de los buscadores y testigos del pasado puede iluminar y movilizar nuestra propia búsqueda, prepararnos para oír su "susurro" (1Re 19,12). Pero ese testimonio sólo es el medio que sintoniza y acerca la palabra que Dios pronuncia a cada persona, la llamada amorosa de la Madre, esculpida en nuestro ser y tal vez sumergida u olvidada. Dios es espíritu y sólo puede captarse por nuestra parte espiritual. Es una exageración perniciosa llamar "palabra de Dios" a todos los párrafos del Libro. Las palabras sólo se convierten en Palabra cuando uno las ha identificado en lo profundo de su corazón como la llamada de la Madre. ¿Se nos olvidó que a Dios sólo podemos acercarnos "en espíritu y verdad"? (Jn 4,23). No es el espejo el objeto de nuestra búsqueda y adoración sino la Luz que refleja.

En la raíz de ese exceso (y de otros muchos) está la dramatización para convencernos de la importancia del Libro, más el miedo a lo nuevo, la falta de fe en el individuo y la falta de fe en el Espíritu que le asiste. De ahí las exageradas prevenciones ante el subjetivismo. Es la tentación de una madre con hijos que proteger: "los alimentos en papilla para que no se cuele ninguna espina, los peligros bien exagerados para que se fijen en la memoria, las puertas y ventanas bien cerradas para que no entren las alimañas".

Las consecuencias serán nefastas: sus hijos no aprenderán a seleccionar y masticar los alimentos, les paralizarán los miedos infantiles y caerán en un raquitismo severo por falta de sol y aire. De hecho, una mayoría somos católicos raquíticos, menores de edad, niños asustados. El dolor que me causa esta situación me empuja a escribir, aún desde las brumas de mi ignorancia, cuantas lucecitas atisbo. ¡Una vez más suplico mayor cuidado a los que nos dirigen!


Hay muchos teólogos y escriturarios actuales que se esfuerzan por abrirnos ventanas. Pero el aire no llega a todo el Pueblo. A algunos nos han ayudado a fiarnos de las intuiciones profundas, del gusto por la verdad, de la determinación de progresar, de la búsqueda ardiente de la Palabra. Nos han recordado que "el aire perfumea", que "mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura / y yéndolos mirando / con sola su figura / vestidos los dejó de fermosura" [6]. Nos han empujado a vencer el miedo de profetizar una religión humanizadora, positiva, luminosa y alegre, que nos ayude a volver al Padre-Madre con humildad e ilusionada certeza.


Una larga etapa rígida y tenebrista nos hizo olvidar aquellas palabras, pronunciadas paradójicamente en la despedida, justo antes de la Pasión: "Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté dentro de vosotros y vuestra alegría sea completa" (Jn 15,11). O aquellas otras del primer epílogo de Juan: "Éstos (los milagros) han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20,31).
Pero volvamos a la Palabra. Me parece muy importante caer en la cuenta de que no toda la Escritura es Palabra. Más bien la Palabra discurre entre la Escritura, la riega como un río de agua sanadora, fecunda, orientadora, que recorre una concreta historia humana (la de los judíos y primeros cristianos), durante un concreto tiempo [7].

No podemos confundir el río con sus orillas agrestes, ni con sus monstruos, ni con la vegetación invasora. Hay que distinguir claramente entre el río y la historia que riega. En muchas ocasiones esa historia está habitada por hombres perversos, rudos, ignorantes, que tan pronto reniegan de Dios como le creen inspirador de sus propios crímenes. Algunos pasajes son pura bazofia y su lectura no es recomendable. ¿Hay alguna aberración humana que no esté recogida en la Escritura? Esa es la razón por la que la Biblia fue un libro prohibido o no divulgado durante muchos siglos. Conviene decirlo, porque parece que ahora todo está bendecido por el hecho de estar en el Libro.


Tampoco podemos pensar que la mano que escribe es sabia, incontaminada, guiada al dictado. Todo lo contrario. Está limitada por su personalidad, por su ambiente humano y material, por su nivel cultural, etc. Es decir, la Escritura no sólo está contaminada por la precariedad o bajura de la historia humana que describe, sino también por los subjetivismos y condicionamientos de quien la escribe. Esto ocurre de forma relevante en el PT (primer o antiguo testamento) porque el primitivismo era mayor y menor la evolución humana.

Pero también puede afirmarse del NT (nuevo testamento). En Pablo, por ejemplo, es evidente su complejidad literaria y la influencia de su formación judía ultra ortodoxa. Es más, esto ocurre y ocurrirá siempre, porque los humanos somos espejos pequeños y ahumados incapaces de proyectar la luz plena de la Palabra. Sólo podemos sembrar algunos de sus destellos para iluminar nuestra humana oscuridad: "Nada son ni el que planta ni el que riega, sino Dios que hace crecer" (1Cor 3,7).
¿Qué hacer entonces? ¿Se nos ha roto la Escritura? ¿Renunciamos a ella? Conozco algunos que han caído en esa tentación. ¡Pues no! Solamente se ha abierto nuestro apetito por buscar, encontrar y digerir la Palabra. Cuando un río discurre por un lecho fangoso y se enturbia, cuando serpentea entre vegetación salvaje y se hace inaccesible, cuando se esconde para aparecer después, cuando se precipita por barrancos imposibles… ¿Hemos de renunciar a su agua? ¡Decididamente no! Solamente es mayor el reto por alcanzarla. Nos va en ello la vida: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn 10,10).
Intentaré humildemente en el próximo artículo dar algunas pistas para conseguir el agua del río y, si fuera preciso, filtrarla.
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[1] Véase, por ejemplo, el origen en la mujer del mal y del pecado (Gn 3,12) que tantos prejuicios históricos hacia la mujer ha protagonizado.
[2] Integrismo: Actitud de ciertos sectores religiosos, ideológicos, políticos, partidarios de la inalterabilidad de las doctrinas.
[3] Fundamentalismo: Aplicación rigurosa y estricta de las escrituras y las doctrinas tradicionales.
[4] Véase, por ejemplo, una alusión a la racionalidad: "Entonces les abrió la inteligencia para que entendieran las Escrituras" (Lc 24,45).
[5] Véase "La interpretación de la Biblia en la Iglesia" de la Comisión Bíblica Romana. Ed. PPC – 1994.
[6] San Juan de la Cruz: Cántico Espiritual, estrofa 5.
[7] Véase, como ratificación de que la Palabra trasciende la Escritura, el precioso texto: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos…" (Is 55, 8-13).
Del blog de Jairo del Agua
Religión Digital

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