Sunday, December 21, 2008

Ya amanece la Esperanza

Dicen que la esperanza es lo último que se pierde y nosotros, los discípulos de Jesús venimos celebrando el Adviento, año tras año desde hace veinte siglos. Cada año, hemos vuelto la mirada atrás, hemos releído las escrituras, hemos dejado la que la Palabra nos llegue al corazón y hemos sentido de nuevo ese nerviosismo del centinela que atisba el horizonte ansioso de que llegue el sol de la mañana.


Cada año hemos mirado al mundo que nos rodea y descubrimos que no nos gusta del todo, que algo se ha hecho pero que queda muchísimo por hacer. Trabajamos por la paz, por la justicia, nos esforzamos por mantener unas relaciones de cariño con las personas que nos rodean... Pero da la impresión de que cada vez que cerramos una fuga o arreglamos una gotera se abre otra, que siempre nos parece peor que la anterior. Hablamos de crisis económica o de crisis de valores... Y tenemos razón. Este mundo no es el Reino que nos prometió Jesús. Nuestra Iglesia siente la ausencia-presencia del Espíritu. Es como un dolor que nos mantiene despiertos. Nuestro compromiso, nuestros esfuerzos, parece que no obtienen los resultados esperados.


La promesa se hace carne

Por eso, volvemos la vista hacia la Palabra. ¿No será que nuestros esfuerzos son vanos? ¿No será que dejamos de lado al verdadero constructor? Como dice Dios a David a través del profeta Natán en la primera lectura: “¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella?”. Lo que traducido para nosotros vendría a decir: “¿Eres tú el que va a construir la casa fraterna del Reino?” Es un esfuerzo que queda más allá de nuestras posibilidades.

Pero hay que ir a la lectura evangélica para recuperar la esperanza. En el relato de Lucas, la promesa adquiere un peso real. Ya no son sólo palabras que se lleva el viento. Es que la Palabra se hace carne, se encarna en un momento concreto de la historia: “El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea...” Dios se hace presente en medio de nuestra historia no a través de un milagro celestial sino en la concreción del lugar y del tiempo. Una ciudad, Nazaret. Un hombre y una mujer, José y María. Y la humanidad que, en boca de María, pronuncia su sí a la promesa de Dios. Y la promesa se hace carne. Y Dios se hace hombre.


El Reino es de Dios

Desde entonces el Reino ya no es el resultado del compromiso, del esfuerzo y la planificación de las mentes humanas. El Reino es cosa de Dios y se construye de otra manera. La obra de Dios se levanta en lo oscuro de la historia. Se malacomoda en los cayucos de los emigrantes africanos que llegan a las costas del sur de la próspera Europa o en las espaldas mojadas de los que intentan cruzar el Río Grande hacia el sueño americano. El Reino es de Dios y nosotros asistimos maravillados a su implantación a través de lo pequeño y concreto de nuestra historia. Hay que abrir mucho los ojos para verlo pero ahí está. Lo mismo que se encarnó en el vientre de la doncella de Nazaret sin que casi nadie se diera cuenta. Nosotros ya no somos los constructores responsables sino los colaboradores encantados.


Hoy escuchamos agradecidos el saludo del ángel: “Alégrate, llena/o de gracia, el Señor está contigo” y queremos que se haga en nosotros, en nuestra familia, en nuestra sociedad, en nuestro mundo, según su Palabra. Hoy mantenemos alta nuestra esperanza. Este Adviento, como todos los que hemos vivido, alienta nuestra fe y fortalece nuestro compromiso. Nos hace gritar desde lo más profundo de nuestro corazón: “Ven, Señor Jesús”. Y sentimos que Jesús se hace carne también en nosotros y nos da las fuerzas para construir el Reino que él y su Padre y nosotros tanto deseamos.


Fernando Torres Pérez
fernandotorresperez@earthlink.net

Ciudad Redonda

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