Friday, August 07, 2009

CARTA A PABLO VI por Jesús de las Heras Muela


(Con fecha de 5 de agosto de 1979 la Hoja diocesana de Sigüenza-Guadalajara “EL ECO” publicada la siguiente carta mía al Papa Pablo VI con motivo del primer aniversario de su fallecimiento. Tenía yo entonces veinte años y era todavía seminarista… y de provincias. Acabo ahora de releer la carta y redescubro su vigencia, tantos años después. Por ello, la transcribo literalmente y la ofrezco como homenaje al Papa Montini, ahora en el trigésimo aniversario de su Pascua.



Querido Pablo VI:

Recuerdo el día –mejor, la noche- en nos dejaste. Era un caluroso domingo. Recuerdo que por la mañana de ese mismo día un sacerdote me había dicho te morías en este verano; a mi me pareció muy precipitado. No había ningún síntoma que predijera un final tan rápido…

Por la noche, a eso de las diez, mientras yo paseaba por la alameda seguntina, explotó un bombazo: ¡Ha muerto el Papa! ¡Ha muerto Pablo VI! No me lo creía. Creía que era rumor, una falsa noticia. Pero no. Era verdad. Acababas de morir. Tu corazón, tu sensible y enamorado corazón, se acababa de romper en un atardecer de verano, acompañado tan solo del cariño y del calor de unos pocos. Era el día de la Transfiguración del Señor, una de tus fiestas litúrgicas preferidas.


Recuerdos de una noche de verano

Recuerdo también como aquella misma noche, a las 11, subí a mi parroquia seguntina y toqué a unción por ti. Recuerdo como al día siguiente busqué ávido la prensa para poder leer sobre ti. Recuerdo también tu impresionante funeral y el grandioso aplauso con que despidieron al tan sobrio ataúd que portaba tu frágil cuerpo ya sin vida, y que a mi -y que a tantos- me estremeció.
Y también recuerdo, con un poco de dolor, como tan pronto nos dio a todos por componer la Rosa de los Papables. Todavía conservo mis apuntes, mis recortes y hasta mis crónicas inéditas de aquellos días…
Yo nací a los dos meses de la elección del Papa Juan. Pero de él apenas recuerdo nada. Sí recuerdo el día que se murió y sus vísperas. Recuerdo haber comido en uno de esos días en casa de mi abuelo Victoriano y escuchar las noticias de las dos –“El Parte”- de Radio Nacional de España, abriendo sus contenidos con la información de la agonía del Papa bueno. Recuerdo como –creo que era al mediodía de una jornada de junio- yo estaba jugando en el patio de la catedral de Sigüenza y la campana gorda de la catedral seguntina tañió con sus mejores y más solemnes sones a la hora de su muerte. Tenía yo cuatro años y medio… De bastantes cosas me acuerdo, pues. Por ello, tú, querido Pablo VI, has sido hasta ahora para mi el Papa.
Y han pasado los años y tú ya has desaparecido, aunque permaneces tan vivo en nuestra memoria. Por eso, en el primer aniversario de tu muerte, permíteme que reflexione en voz alta y sin especiales pretensiones -quizás con osadía- sobre lo que podíamos llamar las claves de tu pontificado.


Claves de un pontificado

Pues bien, la primera de estas claves es la de reconocer que recibías una hermosa y voluminosa herencia que tú mismo te apresuraste a decir que no podía ser enterrada en la tumba de Juan XXIII. Y por si esto fuera poco recibías además la herencia complicada de llegar al corazón de los hombres como Juan XXIII llegó, con aquella bondad y sencillez que tanto cautivaron y siguen cautivando a nuestro mundo. Pero la herencia que más pesaba sobre tus curtidas y, a la vez, endebles espaldas era la del Concilio Vaticano II. Tenías, como ya dijo Juan XXIII, que abrir de par en par las ventanas de la Iglesia para que entrasen el aire y la brisa sobre los enmohecidos papeles. Tenías que presentar a la Iglesia católica en todo su esplendor, sin manchas, sin arrugas, para poder así ofrecerla mejor a los hermanos separados y a todo el mundo como la Iglesia de Cristo, como también había querido tu antecesor. Tenías que rejuvenecerla, hacerla más atractiva –conservando su verdad y su identidad- y presentarla renovada al hombre y al mundo contemporáneo. Y era una tarea grandiosa, pero espinosa y difícil. Y aquí tenemos la segunda clave de tu pontificado: tenías, sí, que reforma la Iglesia, bajo los imperativos del Vaticano II, pero reformarla como la Iglesia debía ser reformada.

Y el mundo y la misma catolicidad tomaron posición ante esa reforma. Y tú, querido Pablo VI, empezaste a padecer y a ser incomprendido: unos querían la Iglesia del siglo XIX y otros la del siglo XXI. Y empezó tu Calvario, comenzó tu Pascua. Fuiste signo de contradicción, la tercera de las claves de tu pontificado. Las críticas comenzaron a surgir y fuiste, como escribió un gran sacerdote y periodista, el primer Papa de la historia de la Iglesia “devorado, desgarrado por sus propios hijos”. Se te acusó de todo: de frío, de altivo, de dubitativo, de traidor, de distante, cuando tu corazón era sensible, tierno, receptivo y dispuesto a amar hasta el límite. Decían de ti que estabas solo en medio de los gélidos mármoles del Vaticano. Y cuentan que tu sonrisa empezó a nublarse; que tus pies apenas se movían ya; que tu rostro traslucía angustia… Y que corazón –eso sí- seguía amando, cada vez más.


Abrazado a la cruz

Y tú, querido Pablo VI, unido, abrazado a tu cruz –a tu báculo pastoral en forma de cruz-, seguías caminando. Tu magisterio era riquísimo, hermoso, lleno de frescura, autentica y apasionada exposición de la fe y de la moral que hoy la Iglesia quiere mostrar como un inapreciable tesoro. Y gobernabas la nave de la Iglesia como timonel audaz y prudente en medio de bonanzas y tempestades.

He dicho, Santo Padre Pablo VI, que fuiste criticado. También amado. Y hoy –un año después de tu muerte- todavía eres amado y criticado. De nuevo, las críticas llegan desde los distintos signos y posicionamientos. Pero la voz, la más autorizada de las voces que está constantemente elogiando tu papado y tu persona es la de tu sucesor, el Papa Juan Pablo II. Como botón de muestras, leamos en su encíclica “Redemptor hominis”:


“(de Pablo VI)… no ceso de dar gracias a Dios por este gran Predecesor mío y verdadero Padre… Se debe gratitud a Pablo VI porque, respetando toda partícula de verdad, contenida en las diversas opiniones humanas, ha conservado igualmente el equilibrio providencial del timonel de la Iglesia” (RH, 12 y 14).

Me he alargado mucho, querido Pablo VI. Hay que acabar ya. Para ello, voy a resumir las ideas, los pensamientos y los sentimientos de esta carta en estas palabras: Has sido, querido Pablo VI, un gran hombre, un gran cristiano, un gran Papa y también estoy seguro que un santo. Por todo esto, gracias, muchas gracias.
Ecclesia

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