Me cuenta una amiga que, en la parroquia del pueblo en el que veranea, el párroco les sorprendió con una demanda. Les dijo a los fieles que asistían a misa que les encarecía para que a la hora de comulgar lo hicieran en la boca y no utilizaran sus manos. El argumento que utilizó era que sólo las suyas estaban consagradas y por ello eran la únicas que podían tocar las formas consagradas.
Como la sugerencia, el consejo o la orden (no sé como definir sus palabras) no tuviera mucho éxito, a las personas que ponían sus manos les pedía que abrieran la boca. Unos lo hacían y otros no.
Creo que son políticas negativas ya que, por un lado, ante la falta de clero se pide ayuda a los laicos mientras que, por otro, se torpedean todos los logros que se han obtenido en los últimos años. No podemos volver a abrir las diferencias entre los cristianos ya que todos tenemos una misión que cumplir dentro de nuestra vocación específica.
Lo que está claro es que las manos laicales son tan aptas como las del sacerdote ya que la impureza no viene de fuera sino que sale del corazón. ¿Habrá leído este sacerdote las recomendaciones a Pedro en los Hechos de los Apóstoles?
Isabel Gómez Acebo
Blog Cajón de ilusiones
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