Saturday, October 17, 2009

Hambre: vergüenza humana, cólera divina


(José Ignacio González Faus- Responsable del Área Teológica de “Cristianismo y Justicia”) Si Dios existe, y es así como se reveló en Jesús, cabe imaginar lo que sentirá de nuestro mundo. Y el 17 de octubre, Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, no está de más recordarlo, al menos por una vez, tras el vergonzoso fiasco de aquellos Objetivos del Milenio que sólo se proponían reducir el hambre asistencialmente a su mitad en un plazo (creo que) de quince años, y que al poco tiempo se declararon fracasados. Fracaso muy previsible si se hubiera recordado la frase de Gandhi: “La tierra produce lo suficiente para satisfacer nuestras necesidades; pero es absolutamente insuficiente para satisfacer nuestros caprichos”. Y nuestro sistema económico pretendía satisfacer esa necesidad primaria del hambre, dedicándose a producir para los caprichos de los que ya están satisfechos.

El cristiano podrá comprender, a la luz de lo dicho, la seriedad de la profunda afirmación de Karl Barth: todo hombre a lo largo de su vida, lo sepa o no, se ve confrontado con “el significado absolutamente transformador del hecho de que Dios existe”. Y quien no sea creyente, pero se considere hombre de buena voluntad, percibirá que esa enseñanza de Barth conduce a la que, también por aquellas fechas, proclamaba Mounier: en el futuro (que ya ha llegado) los hombres no se distinguirán por si creen o no en Dios, sino por cómo se sitúan ante las víctimas del planeta.

Si las cosas son así, y creo sí lo son, me permitiré terminar con un par de interpelaciones.
La primera, a los medios de comunicación. Su mayor responsabilidad, hoy, no está sólo en cómo tratan sus temas, sino en los temas que eligen tratar. Así pues, admirados Iñaki Gabilondo, Carles Francino y otros: ¿cuándo van a comenzar sus noticieros diciéndonos con pesadumbre: “Hoy han muerto de hambre en la tierra más de 10.000 personas”? Porque se trata de una cifra muy superior a las que puedan arrojar los accidentes de tráfico o de trabajo, o la violencia de género, o los muertos en cualquier terremoto. Es, además, una cifra que todos tendemos a olvidar cuanto antes; por eso necesitamos que nos la recuerden.
Vida Nueva
La segunda interpelación se dirige a los cristianos: gran parte de los mártires que cosechó el cristianismo en el pasado siglo lo fueron por haberse situado al lado de las víctimas de la tierra (obispos como Romero y Angelelli; Ignacio Ellacuría y sus compañeros; el secretario de Casaldáliga, que cosechó una bala que iba dirigida al obispo…). No se entiende, pues, cómo los cristianos hemos apagado los ecos de aquella canción que hace treinta años nos llenaba las bocas con sus endecasílabos demoledores: “Su nombre es El Señor, y pasa hambre / y clama por la boca del hambriento / y muchos que lo ven pasan de largo / a veces ocupados en sus rezos… Está enfermo, está hambriento, está desnudo / pero Él nos va a juzgar por todo eso”.

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