Saturday, December 11, 2010

12 de diciembre, "Virgen de Guadalupe" o "Coatlaxopeuh"


"No me fio de las interpretaciones indigenistas de la Virgen"
"Muchos mexicanos ya han perdido idea de su procedencia histórica como nación y como pueblo"
Confieso que las nuevas interpretaciones indigenistas del nombre de la Virgen de Guadalupe no me son de fiar. Novedades parecidas no cesan de proponerse por la intelectualidad, en su empeño por borrar de México cualquier lazo con la cultura española y la religión cristiana.
Inasequible al sentido común la pasión indigenista demanda como último fin que la Guadalupana proceda de fuentes aztecas. O, si en principio es demasiado para digerirlo, al menos colocarla lo más alejada de España. Porque, si no es así, ¿cuál es el motivo de las esforzadas hipótesis lingüísticas, históricas, arqueológicas? Si la Virgen no se tituló a sí misma Guadalupe sino como "la que aplastó a la serpiente" ¿por qué el indio Juan no lo dijo así al señor obispo? Y si lo dijo y no se lo interpretaron ¿qué más da si sabemos que la Virgen Madre del Salvador es la misma en todas sus advocaciones? ¿Con eso la fe cristiana va resultar la autóctona de Moctezuma? ¿No habrá ahí también el deseo de quitar a la Virgen mexicana su reinado en América? Cuidado. Esto puede encizañar de indigenismo la santa fe del Evangelio.
A ver si ahora va a resultar que a la Emperatriz de América la envió Huitzilopochtli. Clérigos católicos (?) que parecen sensatos se suman a dudar de que la fe cristiana, y por tanto mariana, que llevaron los perversos españoles, sea el fundamento de la maravilla vivida por el indio Juan Diego. Hasta se atreverían a "devolvérsela" al Sumo Sacerdote Tlacaelel, en cuyo caso sería gran milagro que no se la hubiera comido antes impidiendo su aparición en el Tepeyac.
Estas revisiones nacionalistas que siempre acaban separando a la nación en multitud de naciones, las que sean, nadie sabe adónde pueden llegar. Por ejemplo, muchos mexicanos ya han perdido idea de su procedencia histórica como nación y como pueblo. Porque se les obliga a aborrecer el origen español, como así "les defienden" los mexicanos más mexicanos de todos los mexicanos y, en compensación, ni por asomo quieren ser gringos ni, aunque parezca increible, menos aún pertenecer a la etnia azteca. Vamos, que sus ascendientes son un misterio... ¡Cómo no iba a influir tal caos identitario en la Guadalupana!
Y es que, a veces, la propaganda es tan fuerte que nos patinan las neuronas y el resultado es que Guadalupe ya no es Guadalupe. Incluso, si exprimimos el indigenismo americano, Luján ya no es la Virgen de Guadix, Granada, ni la llevó a Argentina Don Pedro de Mendoza. Es argentino-uruguayo-paraguaya y la de Guadix sólo una copia. Nada que sorprender a quienes vivimos, aquí en España, el tsunami de la memoria histórica de nuestro ínclito Presidente.
A propósito de estas cosas voy a contarles una anécdota. En el año 1974 trabajaba para una empresa americana productora de estirpes avícolas. Mi territorio incluía Portugal. Como recordarán, en abril de aquel año se produjo el golpe de estado conocido por "Revolución de los claveles". En los primeros meses la vecina Portugal era un caos. Presos a la calle; pillajes y sus inevitables somatenes para reprimirlos; familias amenazadas que huían a España con lo puesto; Badajoz, Salamanca, Huelva o Vigo abarrotadas; expoliaciones; la Administración del Estado sin pulso.
Algunas industrias y fincas abandonadas por el “sálvese quien pueda” eran "expropiadas" por los obreros. A un ganadero de vacuno le sacrificaron sus sementales "por fascistas": «Sólo hacen comer y cubrir a las vacas». A uno de mis clientes le arrasaron su explotación de gallinas reproductoras, que en su precio incluían una investigación genética de miles de millones de dólares.
En su desesperación, este industrial me visitó en Madrid para que le ayudase en un plan novelesco... Acepté, por su compromiso de que la venta se registraría debidamente y su entrega sería en territorio español. Mi cliente lo había preparado todo al detalle. Pasaría su lote de aves por un punto limítrofe con Badajoz, un lugar despoblado y sin tránsito con apenas un sendero por donde unos burros con buenas alforjas pasarían las valiosas pollitas.
Eran las diez de un anochecer de junio, aún con luz en el cielo, cuando tres mil reproductoras, más sus correspondientes machos, empezaban a descargarse del furgón recién llegado. Centenares de pollitos atronaban el aire con su piar, que no dejó de oirse hasta bien pasada la medianoche... No importaba, pues las casas estaban muy aisladas y desperdigadas como solar de grandes fincas. En una de ellas pasé la noche.
Esa casa merece cierta atención. Se trataba de un casón solariego, del siglo XVIII, a unos quinientos metros del “teatro de operaciones”. Los dueños eran nobles campesinos extremeños venidos a menos, pero leales a su prosapia. Con ellos arregló el cliente mi hospedaje, del que la cordialidad de su servicio fue un extra fuera del precio. Recuerdo del recibidor un bargueño, un gran arcón y, creo, un tapiz. En el salón unos retratos antiguos, acompañados de la muestra naif de un nieto. Me enseñaron el dormitorio, amplia habitación de paredes blancas y unas ventanas que mostraban el enorme grosor de los muros.
Escenario de otro tiempo me parecieron aquel lavabo de madera con espejo desazogado, palangana de loza, seguramente de Portalegre y, a la derecha, en el suelo la jarra con agua. Recuerdo que había una silla de asiento y respaldo de cuero y una mesita donde puse mi bolso de viaje. La cama alta de gruesas maderas, con el embozo ya abierto mostraba unas sábanas blanquísimas que olían a sol y aire. No había armario pero lo sustituía con ventaja una robusta cómoda de nogal con encimera de mármol. Colgado en aquella pared todo lo presidía un gran cuadro, de firma, con la extremeña y morena Virgen de Guadalupe con su Niño al brazo.
Abrí una ventana para no despreciar a la naturaleza en tan buena noche de junio. Después de un día tan largo me prometí un descanso reparador. Sin embargo..., no podía dormirme. Pensando en los trasiegos fronterizos recordé que los peones del lado español, los que descargaron el furgón, al hablar entre ellos tenían una musicalidad familiar. Hacía ya rato que estaba acostado y esta curiosidad no se me iba de la cabeza. Me di la vuelta. Por la ventana entraba un rayo de luna que poco a poco iba tiñendo de plata y azul la cómoda y el cuadro de la Virgen. Como la cara se me hundía en aquel almohadón de plumas la acomodé para mejor contemplar y, quizás, llevarme su imagen al sueño.
De pronto me di cuenta: ¡Aquel habla de los mozos era mejicana! De marcados acento y musicalidad mejicanos. Y quedé convencido de que el acento mejicano no es azteca sino de Extremadura. De ese rincón extremeño. ¡Vaya bomba! Fueron aquellos españoles de aquella escondida comarca y de aquellos dorados siglos los que llevaron al imperio azteca, junto a tantas cosas, también el delicioso acento que hoy distingue el habla de México. El mismo que todavía suena en un lugar que es feudo natural de la Virgen de Guadalupe; la española. Algo parecido, pensé, a que en la Argentina se hable español con acento italiano.
De manera que, para mí, aunque a los eruditos les parezca una herejía, aquella experiencia me convenció de que el acento mejicano tiene un gen español; más ciertamente, extremeño. Más todavía, un ADN guadalupano.
Y pensé que si la tilma de Juan Diego enseñó al abrirse unas rosas de Castilla, que entonces no las había igual en México; y si les sumamos el acento de un lugar de Extremadura, todo ello junto a la fe católica que venera a la Madre de Dios, creo que todo se desborda tanto de españolidad que poco nos importará que ahora a la Virgen de Guadalupe la quieran llamar sus hijos mexicanos Cuatlatuple o Coatlaxopeuh.
Pedro Rizo
RD

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