El jesuita Dall’Oglio explica la situación del país y las dinámicas internas entre la religión y la política
PAOLO ZANINIROMA
La crisis siria parece haber llegado a un punto decisivo. La debilidad del régimen, el aumento de las deserciones dentro del entorno del presidente Assad (que se han mostrado clamorosamente con la huida de Manaf Tlass), las infiltraciones constantes de elementos extranjeros y una guerra civil casi declarada hacen que el marco político del país sea extremadamente incierto.
En medio de esta situación desesperada y aparentemente sin salida, mientras los diplomáticos se acercan, frenéticos e impotentes, al lecho del enfermo y sugieren soluciones improbables, la postura de la Iglesia católica y de la Santa Sede siguen llamando la atención. Durante más de un año y medio de crisis y tensiones, de hecho, la línea que sigue la Iglesia de Roma, en sus diferentes componentes, no ha sido siempre recta, por lo que parecía fruto de una cierta improvisación y, sobre todo, de profundas divergencias entre los representantes católicos y las mismas instituciones eclesiásticas.
Esta sensación parecería confirmarse con las palabras que pronunció ayer el padre Paolo Dall’Oglio, comprometido por más de 30 años en el proyecto de la comunidad de Mar Musa en Siria y que hace poco fue expulsado del país árabe por el gobierno (molesto por sus posturas a favor de un cambio de régimen). Al hablar ayer con diferentes agencias, el jesuita alabó las intervenciones del Pontífice en las que se pronunció a favor de una solución pacífica y no violenta para la crisis siria; también subrayó los aportes positivos de monseñor Mario Zenari, Nuncio Apostólico en Damasco.
Sin embargo, al mismo tiempo dijo haber perdido la confianza en el régimen de Bashir Assad, al que inicialmente había creído capaz de llevar a cabo aperturas significativas. En su análisis, el padreDall’Oglio no dejó de indicar un hecho central: a pesar de que algunas personalidades cristianas se hayan pasado del lado de los insurrectos, la gran mayoría de los cristianos, empezando por los católicos, permanece fiel al régimen.
Esta elección se debe, probablemente, a la larga tradición que se mantiene desde hace años y en la que los cristianos representan una minoría protegida dentro de un régimen apoyado por las minorías, a partir del ala alawita, de la que proviene la familia de Assad. Según Dall’Oglio, la comunidad católica siria, por lo demás dividida en una pluralidad de ritos, parece haber canjeado la libertad civil y la esperanza de que mejore el país por una cierta tranquilidad y una libertad religiosa “vigilada” y que sirva para los intereses del régimen.
Las palabras del jesuita italiano indican, en general, un elemento muy significativo que surge a partir de las diferentes evaluaciones que, durante estos últimos meses, han surgido entre las jerarquías católicas. Las tantas declaraciones del Pontífice y las de la diplomacia vaticana, a partir de las del mismo Nuncio en Damasco, han mostrado que se considera inevitable un cambio de régimen, pero sin la intervención militar directa del occidente, como se dio en Libia. Durante la primavera, incluso el Custodio de la Tierra Santa, el franciscano Pierbattista Pizzaballa, subrayó, excluyendo cualquier hipótesis militar, que el régimen actual no tiene futuro y que los religiosos que defienden a Assad tienen una actitud errónea.
Justamente este último punto es el nudo de la cuestión: la convicción de la Santa Sede de que el régimen ha llegado a su fin y de que es necesario organizarse para cuando caiga parece oponerse al apoyo que el gobierno sirio sigue gozando entre los cristianos del país y entre algunas personalidades eclesiásticas importantes. Completamente a favor del régimen (hasta invocar imprecisas y turbias tramas internacionales provocadas por los sionistas para justificar el caso actual) se ha mostrado en diferentes ocasiones el patriarca melequita Gregorio III Laham, quien hace pocas semanas, ante el recrudecimiento de la situación, se mostró dispuesto a un posible «diálogo nacional» para sacar al país del atolladero en el que se encuentra.
Las posturas del patriarca, que representa a la principal denominación católica en Siria, parecen sintomáticas: frente al temor de una radicalización islámica de la oposición, la mayor parte de los cristianos parecería dispuesta a aceptar la seguridad que representa el viejo régimen. Pero hay que tener en cuenta una segunda consideración: la Iglesia melequita (o greco-católica) representa una comunidad presente (y difundida) en gran parte del Cercano Oriente, y siempre ha mostrado simpatía por algunas reivindicaciones panarábigas, como la oposición a Israel. Por ello no debe sorprender el consenso, aunque cauto, para con el régimen sirio, que representa una encarnación del panarabismo y de la interpretación en clave nacional y laica de la identidad árabe.
Una postura parecida y también cauta es la que sostiene la Iglesia siro-católica, también presente en la región: el Patriarca Ygnatious II Younan (que, a diferencia de Laham, vive normalmente en El Líbano), denunció en diferentes ocasiones los peligros que tendrían que afrontar los cristianos (presentes en todo el país, pero que representan siempre una minoría) en el caso de que cayera el poder central. Todavía más significativa parece ser la posición que el Patriarca maronita Béchara Boutros al-Rahi ha mantenido desde que comenzó la crisis.
Elegido por el Sínodo maronita en la privamera de 2011, nunca ha dejado de mostrar su inclinación a romper con la tradición, encarnada por su predecesor, el anciano cardenal Nasrallah Pierre Sfeir, de directa participación en la política libanesa y de apoyo para las fuerzas más occidentalizadas y conservadores del panorama político libanés, empezando por las cristianas Fuerzas Libanesas y la Falange. El nuevo patriarca, al contrario, indicó la perspectiva de la reconciliación nacional, en el ámbito global de una identidad árabe. Una postura que le ha permitido volver a anudar los lazos del diálogo con los musulmanes chiítas de Amal y Hezbollah, del sur de El Líbano, e identificar un interlocutor privilegiado en el general maronita Michel Aoun, líder del Movimiento patriótico libre.
Esta preferencia en la política interna libanesa explica la conducta suave de Béchara Boutros al-Rahi ante el régimen de Damasco, quien parece preocupado por el posible colapso sirio y la consecuente desestabilización de los delicados quilibrios libaneses.
Vatican Insider
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