Desde el principio de su pontificado, Joseph Ratzinger fue considerado por muchos como un “papa transitorio”. Sin embargo, ochos años de gestión le bastaron para dejar una impronta inconfundible en la Iglesia Católica.
El 19 de abril de 2005, cuando el cardenal Joseph Ratzinger se convirtió en la máxima autoridad de la Santa Sede, a los 78 años, muchos analistas del acontecer vaticano presagiaron que el suyo sería un pontificado muy breve. El próximo 28 de febrero, Benedicto XVI les dará la razón; pero a su manera: no esperando a que la muerte ponga fin a su papado, sino dimitiendo. Es el primer Papa en renunciar a su cargo en los últimos siete siglos y el segundo en la historia de la Iglesia Católica.
Por sorpresiva, la abdicación de Ratzinger –anunciada este 11 de febrero– luce como el cierre ideal de una gestión singular, marcada por la necesidad de reconciliar las tradiciones de una religión milenaria con los cambios veloces que impone la vida moderna y, sobre todo, por los diálogos que Benedicto XVI impulsó mientras sus fuerzas se lo permitieron. De hecho, cabe decir que le bastaron ocho años para dejar una impronta inconfundible en la Iglesia Católica.
Ratzinger propició el diálogo entre la fe y la razón, entre la religión y la modernidad. Y lo hizo no solamente mediante libros y discursos, sino también durante la primera entrevista de televisión jamás ofrecida por un papa y hasta vía Twitter. Su credo: relegar la religiosidad a la vida privada va en detrimento del ser humano. “Dios no es algo ilógico, opuesto a la razón”, decía Benedicto XVI cuando insistía en que no bastaba defender una concepción positivista de la razón y del derecho.
El escándalo en torno a los abusos sexuales cometidos por sacerdotes sacudió a la Iglesia durante el papado de Ratzinger.
Los desafíos de la modernidad
Por otro lado, aunque se vio confrontado con problemas y escándalos de escalas que sus predecesores no conocieron, propios del espíritu de estos tiempos, Ratzinger no demostró la flexibilidad que muchos esperaban de él. Como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, puesto que asumió en 1981, Ratzinger siempre defendió de manera rigurosa las tesis de la doctrina católica frente a las demandas de reforma, en relación con el rol de la mujer en la Iglesia o con las relaciones entre el catolicismo y las otras religiones.
Y tras ser nombrado sumo pontífice, Benedicto XVI hizo prácticamente lo mismo, según sus críticos, perjudicando el coloquio entre la comunidad católica y la musulmana, la judía y las otras iglesias cristianas. Por temor a que las escisiones en el seno de su Iglesia se profundizaran, Ratzinger se esmeró en acercarse a los católicos más conservadores, acogió a los feligreses decepcionados de la Iglesia anglicana por la ordenación de “obispas” y alienó a los musulmanes con una ambigua alocución sobre el Islam.
El escándalo que golpeó con más fuerza a la Iglesia Católica durante el pontificado de Benedicto XVI fue el causado por el develamiento de numerosos abusos sexuales cometidos durante décadas por sacerdotes en varios países del mundo. Uno de los rasgos de la modernidad que Ratzinger tuvo que enfrentar fue precisamente el hecho de que cada vez menos personas están dispuestas a perdonar u olvidar los abusos de poder perpetrados por representantes de la jerarquía eclesiástica.
Autores: Christoph Strack / Evan Romero-Castillo
Editor: Pablo Kummetz
Editor: Pablo Kummetz
DW
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