La preocupación de la Curia: las divisiones no deben ofucar las decisiones
PAOLO MASTROLILLIROMA
Un Cónclave largo, que inevitablemente hace surgir las divisiones de la Iglesia. Es la preocupación que comienza a circular en los ambientes de la Curia, mientras los cardenales ya han comenzado a consultarse para llegar a una solución compartida lo más rápidamente posible.
Las personas que conocen bien a Joseph Ratzinger dicen que no están muy sorprendidas por su renuncia. Había hablado de ello abiertamente, se sabía que estaba considerando esta posibilidad y, según algunos, habría querido hacerlo hace un año, cuando cumplió 85 años. Pero justamente en ese periodo explotaron varios escándalos en la Curia: el nombramiento de Viganò como nuncio en Washington y los documentos que salieron del aposento papal se añadieron a los constantes “papelones” que provocaron las dramáticas historias de los abusos sexuales cometidos por religiosos. Todo esto había hecho que fuera imposible la renuncia inmediata, porque habría dado la impresión de una fuga ante las dificultades. Por lo que la renuncia habría sido postergada. Los que estaban cerca de Benedicto XVI sabían que era una cuestión de tiempo, por lo que había que empezar a prepararse.
El anuncio del 11 de febrero fue el final de este recorrido y, a pesar de la profunda sacudida que provocó, también abrió nuevas posibilidades en el Vaticano para meditar y ocuparse mejor de la sucesión. No hubo ninguna improvisación.Cuando llegarán a Roma para el Cónclave, incluso los cardenales menos informados sobre las intenciones de Ratzinger habrán tenido semanas para reflexionar, contactar a sus colegas y hacerse una idea sobre el sucesor de Benedicto XVI. Pero esto aumenta la presión ante la idea de una solución rápida, sobre todo en el panorama mediático actual, en el que la información no descansa (24 horas al día) en ningún rincón del mundo, gracias a los periódicos, las televisoras, internet y los teléfonos móviles, que transmiten todo constantemente. Si después de algunso días la fumata sigue siendo negra, la sensación de una ruptura y de una crisis profunda en la Iglesia daría la vuelta al mundo rápidamente.
Sin embargo, en los ambientes de la Curia se teme justamente esto. Las razones, dicen los que saben, no radican en las tradicionales rivalidades entre los cardenales y las diferentes corrientes que siempre han existido. Se trata del estado mismo de la Iglesia, que podría alargar los tiempos del Cónclave por las dificultades para encontrar un candidato capaz de sintetizar todas las calidades necesarias para superar la crisis.
Juan Pablo II tenía grandes dotes de comunicación, mientras que Benedicto XVI tiene, sin duda, una profundidad intelectual fuera de lo común. El nuevo Papa tendrá que unir estas cualidades y sublimarlas para tener éxito en la difícil tarea que le espera.
Los observadores, de hecho, indican que la Iglesia está mucho más dividida de lo que parece si se considera solo la Curia. Está dividida desde dentro, entre los fieles y entre las jerarquías. Entre los grupos más conservadores, que siguen añorando un pasado que ya no puede volver, y los más progresistas, que van demasiado rápido como para encontrar un terreno de acuerdo con los demás.
Los que ven con honestidad e inteligencia el próximo Cónclave saben que el mayor desafío del próximo Papa será justamente este. No solo reformar la Curia, modernizarla y hacerla más eficiente. No solo afrontar la cuestión de los abusos y resolver el grave problema de la imagen que implica. El desafío más difícil será sanar las divisiones de la Iglesia, alrededor de un mensaje común que haga volver a la Institución al origen de su misión y que permita comunicarla a todo el mundo de forma convincente.
Todo esto es motivo de reflexión y podría retrasar la decisión del Cónclave. Los candidatos más visibeles, italianos y no, corren el riesgo de excluirse los unos a los otros, porque la regla de las dos terceras partes para la elección, reforzada justamente por Benedicto XVI, facilita el obstruccionismo. La discusión, pues, corre el peligro de alargarse y podría incluso terminar con una sorpresa que en este momento nadie logra identificar, como la de Karol Wojtyla. Un hombre libre para cambiar el ritmo verdaderamente.
Todo esto podría transformarse en una ventaja para la Iglesia, si logra hacer que los cardenales mediten mejor su postura y encuentren la solución más adecuada para los problemas que deben ser resueltos. Lo complicado será hacer que el mundo contemporáneo tenga paciencia, pues tras las primeras fumatas negras podría interpretar mal los signos y alejarse todavía más.
Vatican Insider
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