Aretes de calabaza y artesanías realizadas por Ana. Fotos SJR Ecuador
Parte del mandato del Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) es dar voz a los refugiados desde sus propias historias de vida, trenzadas entre un aquí (país de acogida) y un allá (país de origen), e hiladas con miedos, traumas, heridas y también con sueños, esperanzas y logros. En fin, historias humanas.
A continuación les presentamos in extenso el testimonio de vida de una mujer colombiana refugiada en Quito, cuyo nombre ha sido cambiado en el texto para proteger su identidad. Testimonio que fue recogido por nuestra oficina en Ecuador.
Quito, 18 de febrero de 2013. Yo me llamo Ana, nací en Cali (capital del Valle del Cauca en Colombia), tengo 39 años y tres hijos hermosos. Acá me dedico a hacer bisutería de varios materiales para entregar en los centros artesanales de Quito.
Los que me salen más bonitos son los aretes de calabaza. También hago otras cosas como estos candeleros de botella de vidrio, piel, uso zafiros, cerámica y otros materiales para decorar.
Antes de salir a Ecuador, yo vivía en Santander de Quilichao, en el Cauca. Allá tenía un buen trabajo, se puede decir, trabajaba de cajera en una avícola. La situación en Santander y en todo el Cauca no es la mejor, ya que es un pueblo, en el cual habita mucha guerrilla y, por ende, la seguridad no es la mejor.
Yo salí de mi país en 2010 porque me estaban extorsionando y amenazando con que si no pagaba una cuota mensual les harían daño a mis dos hijos menores. A mi niño de 14 años se lo quería llevar la guerrilla. Sin saber qué hacer, tomé la decisión de venirme a Ecuador con mis dos hijos, el mayor ya vive acá con su papá desde niño. Ellos nos acogieron aunque mi relación con mi ex esposo no es la mejor, pero no tenía de otra.
Yo vine buscando una mejor calidad de vida y la seguridad de mis hijos. Aquí no me va del todo mal; allá iban a pedirme dinero hasta al trabajo. Aquí ya no hay ese riesgo.
La verdad allá yo no puedo decir que vivía en violencia todo el tiempo, sí había balaceras pero si uno no estaba en esas, no pasaba nada; aunque aun así no era seguro. Por ejemplo, si tú eres una persona que vive normal, gana lo mínimo y eso, no hay problema; pero si tú trabajas en un lugar que tiene muy buenas entradas de dinero, corres el grandísimo riesgo de que suceda esto.
Ser mujer y estar en esta situación es terrible, ser vulnerable ante esto y no saber qué hacer, estar desesperada pensando en qué va a ser de mis hijos; además, no puedes contarle nada a la policía, porque te tienen amenazada. Una se siente impotente, y la extorsión se daba cuando yo estaba sola en el trabajo. Eso de que lleguen los hombres que sabes que pueden destruirte la vida es horrible. Una como mujer quisiera poder defenderse, pero una está totalmente sola.
A mí me pedían doscientas (200) cubetas de huevos cada mes o quinientos mil (500.000) pesos; me tocaba endeudarme con prestamistas para poder cubrir lo que me pedían. Ahora yo no tengo que endeudarme más que para sacar el material para mis artesanías y al final de mes, me alcanza para ayudar a mis hijos y para comprarme alguito.
Sí, debo confesar que extraño a mi pueblo, extraño la locura y la felicidad con que podíamos divertirnos; acá a veces me aburro, pero gracias a Dios ya nadie me quita lo que yo me gano con tanto esfuerzo.
¿Regresar? Pa´qué. Yo me traje a mi Colombia en mi arte y nunca se me sale del pecho, de la piel. Yo soy arrancona, berraca; yo ya no tengo miedo, aquí ahora ya no tengo miedo".
SJR Latinoamérica y el Caribe
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