Nos encontramos inmersos en una oleada de corrupción que hace tambalear el sistema democrático. Independientemente de las medidas políticas y procesales que se adopten, los cristianos tenemos que hacer algo más: rezar. Hagámoslo con los salmos, y muy especialmente con uno que curiosamente fue víctima de la censura eclesiástica por su tono imprecatorio: el 58.
Suele darse el nombre de salmos imprecatorios a aquellos que contienen imprecaciones, es decir, maldiciones, o sea deseos de que a alguien le sucedan grandes males. Tomadas estas expresiones en su sentido más material y formal, presentan algún parecido con los conjuros o hechizos mágicos. Se comprende que ofrezcan dificultad a la hora de rezarlos en cristiano. La Ordenación General de la Liturgia de las Horas (OGLH) habla a propósito de ellos, eufemísticamente, de “cierta dificultad psicológica”, aunque recuerda que en el mismo Nuevo Testamento hay pasajes que en el lenguaje no difieren de aquellos salmos (cita, a modo de ejemplo, Ap 6,10) pero que ciertamente no pretenden inducirnos a maldecir al prójimo.
La constitución del Vaticano II sobre la liturgia admitía para el uso litúrgico el Salterio íntegro, y al preparar el nuevo libro de la Liturgia de las Horas los liturgistas encargados de hacerlo eran del mismo parecer. La supresión de los salmos imprecatorios se debió a una intervención personal de Pablo VI, consciente del problema que para muchos planteaban. La solución adoptada fue omitir tres salmos enteros, los más difíciles (58, 83 y 109), y también una larga serie de versículos o estrofas enteras de bastantes más (OGLH 131).
Pero con tal recorte no se ha resuelto el problema, porque quedan aún en el Salterio bastantes pasajes del mismo género, sin contar los que se hallan en otros libros tanto del Antiguo como aun del Nuevo Testamento. La Iglesia no suprime aquellos salmos o fragmentos de salmos, sino que en la organización de los oficios litúrgicos se comporta como una buena ama de casa que saca de su bien provista alacena lo más apetitoso y adecuado para cada comida, siempre pensando en la familia o en los invitados; o, para poner un ejemplo más evangélico, hace como aquel escriba experto en el reino de Dios, semejante a un padre de familia que saca de su arcón cosas nuevas y viejas (Mt 13,52). Pues bien: estos salmos los ha dejado en el congelador.
Si la Iglesia ha juzgado prudente, por el momento, no emplearlos para el culto, no es por culpa de los salmos, sino por culpa nuestra, porque carecemos de la debida formación bíblica y sobre todo litúrgica. Pero es de desear que aprendamos a rezarlos. Decía el P. Luis Alonso Schökel en una conferencia sobre Los salmos, oración cristiana del hombre de hoy, refiriéndose a la actualidad de estos salmos: “Imaginémonos que cogemos este Salterio que hemos recibido devotamente de la Iglesia y empezamos a suprimir estos salmos imprecatorios. ¿Que hay hombres que sufren? Pues a mí no me interesa; yo voy a la Iglesia a alabar a Dios. ¿Hay injusticia en nuestro mundo? No me interesa; yo en la Iglesia encuentro al divino Maestro, al dulcísimo Jesús que me habla al corazón; de todo lo demás tanto se me da; no sólo no me interesa sino que me estorba. Pongámonos a recortar el Salterio, que está mal construido: el Espíritu Santo se distrajo y le metieron de contrabando unos cuantos salmos: los salmos que se preocupan del prójimo, del oprimido del explotado, están fuera de lugar...; nos quedaremos con los salmos bonitos, los salmos dulces, en los que brilla el sol y resuenan la flauta y el pandero”.
Con el salmo 58, el Espíritu Santo pone en nuestros labios una oración para pedir a Dios que ponga fin a la corrupción política. Consta este salmo de cuatro estrofas muy bien diferenciadas. La primera interpela a los corruptos: ¿Es verdad, poderosos, que dais sentencias justas? ¿Que juzgáis rectamente a los hombres? Los “poderosos” son los que ejercen el poder, los políticos. Pero entonces no había aún la separación de poderes propia de las democracias modernas, de modo que esos poderes locales eran a la vez gobernantes y jueces, y el rey, además, era legislador. La pregunta del salmista es retórica. Sabe muy bien la respuesta: Al contrario, en el corazón planeáis delitos, y en la tierra, vuestra mano inclina la balanza a favor del violento. Con su mano – su autoridad – inclinan la balanza, símbolo de la imparcialidad del juez, del lado del violento, el que no respeta el derecho del pobre. No paran de dictar sentencias injustas y de tomar decisiones arbitrarias, en provecho propio y de sus amiguetes.
La segunda estrofa describe con exageración poética el comportamiento de esos políticos. No es que ocasionalmente hayan tenido un desliz: es que no hacen otra cosa, desde el vientre materno… desde que nacen. La injusticia se ha institucionalizado. No son solo casos puntuales, sino que la corrupción ya resulta normal (los siguen votando…). Es todo el sistema político que se ha corrompido, lo han envenenado: llevan veneno como las serpientes. Y son unas serpientes que no escuchan a los profetas (Amós, Isaías, Miqueas…) que han denunciado su proceder: son víboras sordas que cierran el oído para no oír la voz del encantador, del experto en echar conjuros. Imaginemos en un zoco árabe un encantador de serpientes que tocando la flauta hace que una serpiente se levante vertical: esos políticos no hacen caso de la voz de su conciencia ni del clamor de los indignados.
La tercera estrofa ya no se dirige a los políticos, puesto que no le hacen caso, sino al que está por encima de todos: ¡Oh Dios! ¿Qué hará el salmista, o el que reza los salmos? ¿Va a taparse también los oídos, como la víbora sorda, y se despreocupará de los pobres y oprimidos para darse a sus meditaciones piadosas? De ningún modo. Con metáforas vivísimas le pide a Dios que no deje que sigan abusando de la autoridad, que no puedan morder: rómpeles los dientes en la boca, quiebra, Señor, los colmillos a los leones. No le pide que extermine al político corrupto, sino que acabe con la corrupción. Lo pide con cinco metáforas muy plásticas: que se derritan como agua que se escurre; que se marchiten como hierba pisoteada; sean como babosa que se deslíe al andar (creían que con la baba iba dejando su propia sustancia); como aborto que no llega a ver el sol; antes de que broten como espinas de un zarzal, que los consuma el fuego como a los cardos. Pedir los mismo cinco veces con palabras distintas indica la oración perseverante, como la de la viuda importuna.
Y por fin, en la cuarta y última estrofa, dando por supuesto que Dios le habrá escuchado, estalla en gritos de satisfacción y agradecimiento: Y goce el justo viendo la venganza, bañe sus pies en la sangre de los malvados; y comenten los hombres: “El justo alcanza su fruto, porque hay un Dios que hace justicia en la tierra”.
Esta estrofa es la principal responsable de que el salmo 58 haya sido excluido del uso litúrgico. No parece muy conforme con el sermón de la montaña eso de regodearse chapoteando en la sangre del enemigo. Pero si ha estado largo tiempo pidiendo a Dios con insistencia que ponga remedio a aquel mal, cuando por fin Dios interviene, por fuerza ha de alegrarse, no de que haya muerto tal o cual persona, sino de que una estructura de pecado ha sido derribada. Decía el P. Luis Alonso Schökel: “Y cuando Dios realiza esta justicia, que es defensa del oprimido, del explotado, entonces el hombre se alegra, su sed de justicia ha quedado calmada por un momento; ha quedado calmada porque Dios ha intervenido por fin en la Historia; ha caído ese poder opresor y el inocente, el explotado, puede respirar de nuevo... Ante este hecho, yo medito en la Historia de la humanidad pretérita y en ella veo que hay un Dios que hace justicia en la tierra, no sólo en un futuro escatológico, sino ya ahora en el movimiento histórico de la tierra”. Y después de recordar que en el Nuevo Testamento hay también expresiones muy duras, como algunos cánticos del Apocalipsis y los apóstrofes de Jesús a los fariseos en Mt 23, terminaba así su conferencia: “¿Podemos expurgar el libro de los Salmos? Tendríamos que expurgar también el Evangelio. Puede ser que la falta histórica, de nosotros, los cristianos, ante las injusticias humanas, uno de los pecados históricos de la Iglesia que quizá no haya pasado del todo hoy día, se deba a que no sabemos rezar estos salmos, a que no nos dejamos apasionar por el deseo de la justicia, a que no meditamos suficientemente el Evangelio (…). Me atrevo a decir que hoy día para nosotros es urgente incorporar a nuestra vida espiritual estos salmos: casi, casi estaba por decir que por una temporada van a ser los salmos más importantes, hasta que nos convirtamos de verdad a la libertad”.
Hilari Raguer
RD
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