Ante la noticia de ayer, Eduardo De la Serna, sacerdote argentino en la opción por los pobres, escribe en Tiempo este comentario. Efectivamente, Francisco se muestra una vez más seguidor de “tradiciones mundanas“, para usar su vocabulario. Pero ha sido a los chilenos a quienes más ha ofendido que se añada ese título de “Príncipe o Bisagra de la Iglesia” a un a carenal que fue un claro encubridor en el escandaloso caso Karadima. ¿Y a los españoles el nombramiento de Fernando Sebastián? Más bien asombro, pues siendo nombramiento puramente honorífico a una vida de indiscutible valía (como fue en su día el de Congar o ha sido en este caso el de Capovila, secretario de Juan XXIII) no se sabe el mensaje que quiere trasmitir el papa Francisco a la Iglesia de España, pues su figura combió en poco tiempo con los tiempos: ¿ha elegido por ser teólogo preferido de Tarancón (Bedoya en El País) o por haber reconducido la Iglesia española a la línea querida por Wojtyla o por ser más moderado que Rouco? Es un mensaje confuso, pues no se puede separar a Sebastián de sus polémicas intervenciones que recoge El País en este útil resumen: Fernando Sebastián Aguilar. Que nos lo aclare alguien. Un gesto claro y distinto hubiese sido el hacer cardenal al que, hasta que la vida los distanció demasiado, fue amigo íntimo de Sebastián: Pedro Casaldáliga.
El Papa Francisco ha elegido unos nuevos cardenales para la Iglesia. Pero, ¿qué son los cardenales?
Propiamente hablando son títulos honoríficos, una suerte de corte papal, de príncipes. Elegidos –estos– pocos días después de que el Papa dijera que no habría más títulos honoríficos en la Iglesia salvo el de “monseñor”, resulta un tanto contradictorio. Pero se ha de reconocer que es un “título” con mucha tradición y que no ha de ser fácil desarticular.
Para ser precisos, dentro de los ministerios no hay –o no debería tenerse como si hubiera– escalafón, y sólo hay tres grados que son sacramento, y por tanto, la Iglesia considera “instituidos por Jesús”: diaconado, presbiterado y episcopado. Por eso, insistimos, el Papa no es “un grado más”, él es “obispo” de la diócesis que preside en la caridad a las demás: Roma (cuando decimos que la Iglesia es católica, apostólica y “¡romana!”, a eso nos referimos).
La renovación en la Iglesia nunca será verdadera sino volviendo atrás, a los “tiempos fundacionales”, a fin de despojarse de todo lo que en la historia y los tiempos, la cultura y los pecados ha ido agregando, adhiriendo a la comunidad sin ser esencial, pero pareciéndolo. Recién después de mirar “la Iglesia que Jesús quería” podremos intentar “encarnar” ese modo de ser a nuestro tiempo. De otro modo, no sería sino “seguir modas” que en nada aportan densidad y profundidad a cualquier cambio deseado; los cambios no debieran ser “cosméticos”, por cierto. En este caso, una buena pregunta sería –para comenzar– reconocer que el título de cardenal no pertenece, evidentemente, a nada vivido ni conocido en los tiempos fundacionales y los primeros siglos dentro de la Iglesia. Tratándose de títulos honoríficos, además, no se parece demasiado a la actitud constante y sistemática de Jesús de señalar que todos y todas en la comunidad deben ser y vivir como hermanos y hermanas, sin nadie que sea puesto en el primer lugar. ¿Debe haber en el grupo de Jesús, ese del “di”scipulado de iguales”, alguien que ostente títulos, particularmente “honoríficos”? ¿Qué es lo que da “honor” en la comunidad cristiana? Para Jesús, lo que da más “honor”, el “primero” es aquel que se hace el último (y la imagen del esclavo debe conservarse en toda la crudeza que tiene el tema, y debe evitarse una lectura “piadosa” del término, tan cruel en todos los tiempos). El mismo teólogo Joseph Ratzinger señalaba lo “honorífico” y poco conforme a Jesús que es el título “Papa”, cuando para Jesús nada es más importante que ser “hermanos”. Sólo Dios es “papá” (abba).
En su origen, además, el título de “cardenal” se remonta a los párrocos romanos, por eso es habitual que los elegidos cardenales sean a su vez “honoríficamente” nombrados párrocos de alguna parroquia tradicional de Roma. Y por eso son ellos los que eligen al futuro Papa. Pero ¿esto no puede cambiar? En lo personal, no sólo creo que sí, que puede, sino que sería bueno que de hecho cambie. En lo personal desearía que las conferencias episcopales en comunión con Roma elijan al Papa, con participación de laicas y laicos en ese Cónclave. Es por eso que no quisiera que haya “cardenalas”. No porque no deben mujeres participar de la elección papal, sino porque debería haberlas como laicas, y no debería haber cardenales, ni varones ni mujeres (es obvio que si hay cardenales, no se ve por qué no pueda haber mujeres a las que se otorgue ese “título honorífico”, como tampoco se entiende por qué no puede haber “nuncias”… más allá de que desearíamos que tampoco haya nuncios).
Pablo VI puso como límite máximo los 80 años para que los cardenales puedan elegir Papa a fin de evitar que pudieran participar en el futuro Cónclave varios miembros de la curia romana claramente opuestos a los cambios del Concilio Vaticano II (como el cardenal Ottaviani, por ejemplo). Es por eso que en muchos casos se nombran cardenales meramente honoríficos al ser mayores de 80, con lo que se les quita la capacidad electoral (y con lo que no queda claro qué tan honorífico es ese título, entonces). Es cierto que –tal como está estructurada la Iglesia hoy– hay diócesis que son “cardenalicias” y es obvio que el obispo de la misma será cardenal en el consistorio siguiente a su elección (como es el caso del obispo de Buenos Aires o de Rio de Janeiro en los nombramientos del día de ayer).
No ha de ser fácil lidiar con una institución que en tantos estamentos tiene una preocupante esclerosis múltiple. Y seguramente no ha de ser en el cardenalato el frente principal donde se han de introducir los cambios en la Iglesia de hoy. Pero no deja de ser un signo anacrónico que haya quienes ostenten vestimentas extrañas, con el rojo de la sangre de quienes casi seguramente jamás deberán dar la vida por el reino; y que además reciban un signo de honor, cuando el mayor honor debiera ser alimentar a los pobres, atender enfermos, dar de beber a sedientos porque tenemos el honor de que ellos nos permitan descubrir en su sufrimiento a Cristo mismo. A ese Jesús que desde la cruz nos muestra que su honor mayor es dar la vida porque no es rey de palacios, de capelos y vestimentas lujosas sino “rey” (= INRI) desde la desnudez del deshonrado crucificado que nos revela que los que son tenidos por “señores” y “príncipes” son precisamente los que le quitan la vida.
Atrio
Atrio
No comments:
Post a Comment