Soy del inmenso grupo de católicas y católicos que trabajan en el terreno de la vida diaria sin hacer ruido, desarrollo un ministerio como catequista de adultos inmersa en una realidad que según dicen algunos, supera los 30 millones de seres humanos pero que es representado simbólicamente con un número mucho menor: el número 11 (los once millones de personas sin documentos en los Estados Unidos), para no reconocer entre otras cosas, que este es un asunto que ya se les salió de las manos a los poderosos que dirigen los rumbos y los destinos de la inmensa mayoría.
Estamos el grupo de catequistas estudiantes, mi equipo y yo, casi por terminar un curso intensivo moviéndonos por coordenadas antropológicas, pastorales, y pedagógico catequéticas.
Esta mañana tratando de organizar mejor mi día, me levanté más temprano. Mientras encendía la estufa para hacer el té, me he encontrado con el dilema entre terminar de revisar las tareas de mis estudiantes o terminar de leer la Carta Encíclica del Papa Francisco; Laudato si…
De pronto estaba haciendo las dos cosas; revisaba algunas tareas en las cuales me encontraba con rostros conocidos narrando experiencias humanas, de esas que marcan la vida. Hablo de la vida real, donde se tienen que “ensuciar las manos” para curar las heridas de los otros: Muerte, enfermedad, desapariciones de familiares en centros de detención, falta de vivienda, de trabajo, familias separadas por servicio de Inmigración…
Y volvía a la Encíclica: “Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la madre Tierra”. (nº 92,70).
Espontáneamente comencé a entonar: LAUDATO SII, O MI SIGNORE LAUDATO SII, O MI SIGNORE LAUDATO SII, O MI SIGNORE LAUDATO SII, O MI SIGNORE…
En el momento que silbó la olla del té en la cocina cortándome la inspiración, me sentí como uno de los inmisericordes personajes de la parábola del Buen Samaritano (Lc 10: 25-37).
¿De verdad podremos seguir “caminando y cantando”? ¿Y el herido a la orilla? me pregunté.
Hice mi té y volví para revisar las tareas, es decir; a mi realidad. Volvía a leer la vida desde donde las personas buscan la salvación integral de la que tanto hablamos durante las clases; la salvación que nos lleva a darle un sentido a todo, a vivir la vida en plenitud…
De nuevo a la Encíclica: “Para la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas: ‘Todo fue creado por él y para él’ (Col 1,16). El prólogo del Evangelio de Juan (1,1-18) muestra la actividad creadora de Cristo como Palabra divina (Logos). Pero este prólogo sorprende por su afirmación de que esta Palabra ‘Se hizo carne’ (Jn 1,14). Una persona de la Trinidad se insertó en el cosmos creado, corriendo su suerte con él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar a partir de la encarnación”. (nº 99).
La comprensión cristiana de la realidad, la vida misma plasmada en las tareas de mis hermanas y hermanos, las realidades que estoy “revisando” forma parte del cosmos creado. Dios se nos da en la historia y en la naturaleza. ¡Qué importante es la naturaleza! contiene la verdad, contiene a la realidad, una realidad que nos contiene y que ya contiene a Dios, Dios nos encuentra y se nos da en la vida misma, solo hay que detenernos a leerla; a revisarla para reorientar el rumbo, coincidir en la conciencia de un origen común.
LAUDATO SII, O MI SIGNORE; sigo con las tareas…
LAUDATO SII, O MI SIGNORE; vuelvo a la Encíclica:
“De una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas condiciones actitudes y formas de vida” (nº 202).
“En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la vida que nos ama tanto, Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea” (nº 245).
¡Hice las dos cosas! terminé de “revisar” las tareas y de leer la Encíclica del Papa Francisco.
Me siento entusiasmada, debo seguir cantando LAUDATO SII, O MI SIGNORE y caminando con mis hermanas y hermanos al mismo tiempo, despertando las conciencias a la justicia, a la paz, al amor… a la hermosura.
En la próxima clase, la oración inicial será ésta (Tomada de la última parte de la Encíclica P. 186):
Dios de amor,
Muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado de ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,
amen del bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas.
Amén.
Texto tomado de Eclesalia
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