En una época en la que lo que cuenta es la imagen, ser un creador de contenidos en twitter, tener muchos admiradores, estar relacionado con gente que marca tendencia, no desentonar con la moda... mi profe gastó tiempo conmigo para enseñarme a leer.
Apenas tenía seis años y yo era alguien de quien ella poco podía obtener. Ni iba a ser más conocida, ni le iban a pagar más, ni iba a quedar mejor ante nadie. Pero me hizo un regalo que recuerdo cada vez que voy recorriendo con la vista las largas hileras de letras y espacios que tengo la suerte de entender.
Recuerdo muy bien cómo se sentaba a mi lado y me animaba a volver a decir una palabra que había leído mal sin hacerme sentir que le estaba haciendo perder el tiempo ni que prefería estar haciendo otra cosa mejor que estar conmigo.
Sin duda, mi profe podría haberme dicho que eran más de las cinco y que tenía que irse a casa o podría haberme dicho que iba demasiado lento y no estaba a la altura o podría haberme ignorado cuando, cansado, me ponía a pensar en otras cosas, pero no, no lo hizo.
Y yo creo que algo de eso debe tener Dios, el profe que poco a poco nos va enseñando a acercarnos a él. El profe que poco a poco va enseñando a las personas a ser más personas. El profe que no espera nada a cambio. Incluso, el profe que es consciente de que, casi con toda seguridad, el alumno le olvidará el curso siguiente al cambiar de etapa y conocer lo maravilloso que es el mundo un año mayor.
En definitiva, el profe que quiere a su alumno y le da todo lo que tiene para que de la nada vaya surgiendo un mundo nuevo.
Lluis Salinas sj
pastoralsj
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