Cuentan que estaba en Barcelona. Que había ido a dar una serie de conferencias y a recoger un premio de la Fundación Comín otorgado a la UCA. Que llegaron noticias de que la situación en El Salvador era extremadamente delicada. Que incluso su provincial le insistió para que no volviera…
Cuentan que Ellacuría volvió al Salvador consciente del riesgo que corría… pero le apremiaba el principio misericordia y la necesidad de tratar de seguir mediando por la paz.
Cuentan que Ellacuría negoció y se reunió con el gobierno y los “guerrilleros”, con pandilleros, con obispos, filósofos y con quien hizo falta para tratar de mediar por la paz.
Cuentan que eso le costó la vida.
Cuentan que Ellacuría se subió a la cruz.
Y no es de extrañar. No desentona con la vida entregada de un hombre de Dios que soñó y abogó por la Civilización de la Pobreza, ese mundo, esa cultura, en la que las sociedades pauperizadas por el norte opulento tomarían las riendas y serían el centro de las políticas y los programas de “desarrollo”. No chirría que un pastor que fue amigo, y consejero al tiempo que aconsejado por San Romero de América, a quien acompañó en su desvivirse por su pueblo, terminara, él también, haciendo carne las palabras de Monseñor. No es raro que fuera eliminado por “el poder de este mundo” quien criticó la ideologización: la generación de discursos ideológicos que se ponían al servicio del poder y quien advirtió de los mecanismos que las instituciones utilizan para perpetuarse a sí mismas.
Es propio de un mártir de la misericordia el asumir sobre sí la violencia que tanto y tan lúcidamente criticó, tanto por parte del estado como por parte de “la revolución”. Es consecuencia de una vidahistorizada de quien animó a la propia iglesia a ejercer la sospecha de la historización: ¿qué estructuras y razonamientos están inevitablemente condicionados por las circunstancias históricas, y son por tanto revisables? Que los poderosos lo vieran como enemigo y lo ajusticiaran.
Ellacuría inevitablemente chocó con el poder establecido, al que cuestionó por mantener al pueblo sencillo oprimido. Proclamó la necesidad de una liberación integral de las personas, que incluía la liberación de la pobreza y del pecado. Proclamó a tiempo y a destiempo que hay que bajar a los crucificados de las cruces, que en el pueblo salvadoreño, que en los pobres de la tierra, Cristo seguía siendo crucificado. Denunció que esta situación no era casual, que había instituciones y poderes de este mundo que se lucraban con esta situación y las llamó estructuras de pecado. Como profeta, hablo de las ideologías de muerte, las del dios dinero, del poder, del prestigio, a la que se sacrifican las vidas de los pobres de Yahvé.
Sin duda como profeta, apóstol y pastor de la misericordia política, la que se toma en serio el evangelio, la que brota del principio misericordia, la que lleva a movilizar todos los recursos intelectuales y pastorales por el bien de los crucificados de la historia, la que sabe que la utopía del Reino o es encarnada o es espejismo vacío, vio venir y asumió su destino de profeta. Su inteligencia sintiente, que hizo de los pequeños del Padre el “locus” no solo de su teología y filosofía sino de su vida, acabaría haciéndose cargo y encargándose de la realidad crucificada de su pueblo hasta hacerse uno con ella, hasta dejarse atrapar por ese “más de la realidad” que no podía ser otra que la de Cristo crucificado.
Quien en “Por qué muere Jesús y por qué le matan” escribió: “La lucha por el reino de Dios suponía necesariamente una lucha a favor del hombre injustamente oprimido; esta lucha debía llevar necesariamente al enfrentamiento con los responsables de la opresión. Por eso murió”. Quien, año tras año, había pedido en los Ejercicios Espirituales “ser puesto con el Hijo”, vio cómo Dios Padre le hizo ser hijo con el Hijo al modo del Hijo. Así decía el mismo Ellacuría en el citado escrito: “La conmemoración de la muerte de Jesús hasta que vuelva no se realiza adecuadamente en una celebración cultural y mistérica ni en una vivencia interior de la fe, sino que ha de ser la celebración creyente de una vida que sigue los pasos de quien fue muerto violentamente por quienes no aceptan los caminos de Dios, tal como han sido revelados en Jesús”. Así, siendo fiel a la llamada del Padre a ser otro Cristo, Ellacuría se subió a la cruz.
Cuentan que Ellacuría volvió de Barcelona al Salvador llevado por una pasión: el Reino. Cuentan que volvió al Salvador y fue llevado por el Padre #ReinoAdentro.
José María Segura
Cristianisme i Justicia
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