Sunday, November 19, 2017

CON LAS CARTAS EN LA MANO por Javier Leoz


“Difícil, pero no imposible” Es una frase que, aun por repetida, no deja de ser iluminadora de una gran verdad: quien la sigue, la consigue. Imposible resulta alcanzar la montaña más alta del mundo (el Everest) si, de antemano, el montañero se esconde y se queda conforme en el collado más pequeño… al lado de la llanura.

1. Y es que, el Señor, nos ha dado gran capacidad para salir de nosotros mismos. Para dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. ¿Por qué nos asustan esos grandes picos donde, la fe, todavía no ha prendido con fuerza? ¿Por qué preferimos quedarnos al lado de los evangelizados y no salir al encuentro de los que aún no conocen la fuerza reveladora de Cristo?
Interrogantes que, junto a otros muchos, sólo esperan una respuesta: ¡Dios me ha dado mucho o poco y, por lo tanto, he de devolverle con creces tantas gracias que puso dentro de mí!

2.- Cobardía y miedo son dos grandes enemigos que intentan paralizar nuestra vida cristiana. Pero, la ausencia física del Señor, reclama nuestra responsabilidad. ¿Qué estamos dispuestos a hacer por El? ¿Qué talentos están produciendo nuestras familias cristianas que han sido regadas con el sacramento del Bautismo y que, constantemente, son beneficiadas con multitud de gracias sacramentales? ¿Respondemos con generosidad a tantos regalos por parte de Dios y de la Iglesia misma?

3.- Debemos y mucho a Dios. Pero, por las circunstancias en las que nos encontramos, creemos que todo se lo debemos al hombre, al progreso, a la sociedad, a los amigos, al golpe de suerte (o incluso al horóscopo que nos predecía nuestro futuro inmediato)…y olvidamos saldar cuentas, o decir “gracias”, a Aquel que ha confiado tanto en nosotros y ha puesto un inmenso capital divino en nuestras entrañas: Dios.

--Seamos agradecidos. Miremos un poco a nuestro foro interno. ¿Cuántas de los proyectos que hemos iniciado no se deben a la mano de Dios? ¿Cuántas cartas hemos tenido en la mano y, a la hora de jugar, lo hemos hecho pensando más en nosotros que en los demás, mirando más al mundo que pensando en Dios?

--Jugar en limpio. He ahí el dilema también de nuestra vida cristiana. En limpio y con las cartas que Dios nos ha dado. Porque no solamente hay que jugarse la vida por Dios (a veces con mínimos y otras con índices de heroicidad), también lo hemos de hacer nítidamente. Sabedores de que, al final, el Señor quiere recoger algo de aquello que nos confió. ¿Le daremos espinas y no frutos? ¿Tal vez sólo intereses y no parte de la fortuna que le corresponde? ¿Sólo justificaciones de nuestra debilidad y no valentía en nuestro actuar?

--No nos crucemos de brazos. No tengamos temor a que, en la bolsa de los valores del mundo, no se evalúen demasiado las acciones del Reino de los Cielos. Entre otras cosas, y por muchas razones, porque al final lo único que permanece y se mantiene en alza son las valías eternas; aquellas que no caducan, que trascienden todo, que lo superan todo y que se convierten en bonos de salvación.


4.- 

 ¡TENGO TANTO MIEDO, SEÑOR!

De invertir tiempo, ideas y sudor,
esfuerzo e ilusión, y como respuesta
encontrar sólo el vacío o la  incomprensión.
¿Por qué me has dado tanto, Jesús?
Con menos talentos divinos,
se vive la vida más fácilmente y  mejor
Con más comodidad y sin tantos  riesgos

¡TENGO  TANTO MIEDO, SEÑOR!

De no estar a la altura que Tú me  marcas
de no dar la talla en el campo de  batalla:
en la familia, o en el trabajo
en la enfermedad o en la salud
en la palabra o en la obra

¡TENGO  TANTO MIEDO, SEÑOR!

De gastar por el camino lo que Tú me  has dado
aquello que pienso que es mío y no  tuyo
De quemarme por brindarme y  ofrecerme
o cansarme de sembrar sin recoger  nada a cambio

¡TENGO  TANTO MIEDO, SEÑOR!

De que regreses y, tu fortuna, la  encuentres mal empleada
por mi falta de valentía o audacia
por mi cobardía o desinterés
por mi timidez o mi falta de  seguridad

¡CUÁNTO  MIEDO TENGO, SEÑOR!

De no invertir mi vida como, Tú en  la cruz, lo hiciste:
con silencio, grandeza y dolor
con perdón, humildad y sacrificio
con fe, esperanza o misericordia

¡CUÁNTO  MIEDO TENGO, SEÑOR!

De mirarme a mí mismo,
y viendo lo mucho que me has dado
creer que no merece la pena  arriesgarlo todo:
por Dios y por el hombre
por la Iglesia y por el mundo
por mis hermanos y por mí mismo

¡CUÁNTO  MIEDO TENGO, SEÑOR!

Que vengas…y me pilles con el pie  cambiado
lejos de tus caminos y, con mis  talentos,
sin haberlos utilizado a fondo.


Betania

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