“Difícil, pero no imposible” Es una frase que, aun por repetida, no deja de ser iluminadora de una gran verdad: quien la sigue, la consigue. Imposible resulta alcanzar la montaña más alta del mundo (el Everest) si, de antemano, el montañero se esconde y se queda conforme en el collado más pequeño… al lado de la llanura.
1. Y es que, el Señor, nos ha dado gran capacidad para salir de nosotros mismos. Para dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. ¿Por qué nos asustan esos grandes picos donde, la fe, todavía no ha prendido con fuerza? ¿Por qué preferimos quedarnos al lado de los evangelizados y no salir al encuentro de los que aún no conocen la fuerza reveladora de Cristo?
Interrogantes que, junto a otros muchos, sólo esperan una respuesta: ¡Dios me ha dado mucho o poco y, por lo tanto, he de devolverle con creces tantas gracias que puso dentro de mí!
2.- Cobardía y miedo son dos grandes enemigos que intentan paralizar nuestra vida cristiana. Pero, la ausencia física del Señor, reclama nuestra responsabilidad. ¿Qué estamos dispuestos a hacer por El? ¿Qué talentos están produciendo nuestras familias cristianas que han sido regadas con el sacramento del Bautismo y que, constantemente, son beneficiadas con multitud de gracias sacramentales? ¿Respondemos con generosidad a tantos regalos por parte de Dios y de la Iglesia misma?
3.- Debemos y mucho a Dios. Pero, por las circunstancias en las que nos encontramos, creemos que todo se lo debemos al hombre, al progreso, a la sociedad, a los amigos, al golpe de suerte (o incluso al horóscopo que nos predecía nuestro futuro inmediato)…y olvidamos saldar cuentas, o decir “gracias”, a Aquel que ha confiado tanto en nosotros y ha puesto un inmenso capital divino en nuestras entrañas: Dios.
--Seamos agradecidos. Miremos un poco a nuestro foro interno. ¿Cuántas de los proyectos que hemos iniciado no se deben a la mano de Dios? ¿Cuántas cartas hemos tenido en la mano y, a la hora de jugar, lo hemos hecho pensando más en nosotros que en los demás, mirando más al mundo que pensando en Dios?
--Jugar en limpio. He ahí el dilema también de nuestra vida cristiana. En limpio y con las cartas que Dios nos ha dado. Porque no solamente hay que jugarse la vida por Dios (a veces con mínimos y otras con índices de heroicidad), también lo hemos de hacer nítidamente. Sabedores de que, al final, el Señor quiere recoger algo de aquello que nos confió. ¿Le daremos espinas y no frutos? ¿Tal vez sólo intereses y no parte de la fortuna que le corresponde? ¿Sólo justificaciones de nuestra debilidad y no valentía en nuestro actuar?
--No nos crucemos de brazos. No tengamos temor a que, en la bolsa de los valores del mundo, no se evalúen demasiado las acciones del Reino de los Cielos. Entre otras cosas, y por muchas razones, porque al final lo único que permanece y se mantiene en alza son las valías eternas; aquellas que no caducan, que trascienden todo, que lo superan todo y que se convierten en bonos de salvación.
4.-
¡TENGO TANTO MIEDO, SEÑOR!
De invertir tiempo, ideas y sudor,
esfuerzo e ilusión, y como respuesta
encontrar sólo el vacío o la
incomprensión.
¿Por qué me has dado tanto, Jesús?
Con menos talentos divinos,
se vive la vida más fácilmente y mejor
Con más comodidad y sin tantos riesgos
¡TENGO TANTO MIEDO,
SEÑOR!
De no estar a la altura que Tú me marcas
de no dar la talla en el campo de batalla:
en la familia, o en el trabajo
en la enfermedad o en la salud
en la palabra o en la obra
¡TENGO TANTO MIEDO,
SEÑOR!
De gastar por el camino lo que Tú me has dado
aquello que pienso que es mío y no tuyo
De quemarme por brindarme y
ofrecerme
o cansarme de sembrar sin recoger nada a cambio
¡TENGO TANTO MIEDO,
SEÑOR!
De que regreses y, tu fortuna, la encuentres mal empleada
por mi falta de valentía o audacia
por mi cobardía o desinterés
por mi timidez o mi falta de
seguridad
¡CUÁNTO MIEDO TENGO,
SEÑOR!
De no invertir mi vida como, Tú en la cruz, lo hiciste:
con silencio, grandeza y dolor
con perdón, humildad y sacrificio
con fe, esperanza o misericordia
¡CUÁNTO MIEDO TENGO,
SEÑOR!
De mirarme a mí mismo,
y viendo lo mucho que me has dado
creer que no merece la pena
arriesgarlo todo:
por Dios y por el hombre
por la Iglesia y por el mundo
por mis hermanos y por mí mismo
¡CUÁNTO MIEDO TENGO,
SEÑOR!
Que vengas…y me pilles con el pie cambiado
lejos de tus caminos y, con mis talentos,
sin haberlos utilizado a fondo.
Betania
No comments:
Post a Comment