–“Lo que urge aprender es que no somos dioses, que no podemos –ni debemos– someter la vida a nuestros caprichos, que no es el mundo quien debe ajustarse a nuestros deseos, sino nuestros deseos a las posibilidades que ofrece el mundo (Pablo D’Ors)
19 de noviembre, domingo XXXIII del TO
Mt 25,14-30
Como tenía miedo, enterré tu bolsa de oro; aquí tienes lo tuyo
Juan Ramón Jiménez percibió el regalo de los talentos de lo divino como un algo esencial, pero al tiempo evanescente; quizás como algo que está en nosotros bastante más claramente humano que divino. En su Poema Te deshojé como una rosa, lo cantó de esta manera del ser que amaba:
Te deshojé, como una rosa,
para verte tu alma,
y no la vi.
Mas todo en torno
-horizontes de tierras y de mares-,
todo, hasta el infinito,
se colmó de una esencia
inmensa y viva.
para verte tu alma,
y no la vi.
Mas todo en torno
-horizontes de tierras y de mares-,
todo, hasta el infinito,
se colmó de una esencia
inmensa y viva.
Cada persona ha recibido unas cualidades, unos dones, para servir a Dios y al prójimo. Lo que nos obliga a poner en juego cuanto uno es y tiene. No podemos enterrar el talento bajo tierra, dejándonos llevar por la vagancia, como apunta el Evangelio. La mujer hacendosa “que vale mucho más que los corales” (Libro de los Proverbios, capítulo 31) es un ejemplo de lo contrario: pone todo su esfuerzo y trabajo al servicio de la familia y de los necesitados.
El Papa Francisco, pisando tierra como siempre, en una ocasión dijo: “Nunca he visto un camión de mudanzas detrás de un cortejo fúnebre, nunca. Pero existe un tesoro que podemos llevar con nosotros, un tesoro que nadie puede robar, que no es lo que hemos ahorrado sino lo que hemos dado a los demás”.
Es la mejor manera de estar con Dios y con los hombres. El prolífico naturalista escocés John Muir (1838-1914) lo expresó con esta frase: “Todos los objetos de la Naturaleza son conductores de la divinidad, y solo al entrar en contacto con ellos… podemos llenarnos del Espíritu Santo”.
El sacerdote y escritor madrileño, Pablo D’Ors (1963), hace resaltar nuestra condición de ser humano y de la necesidad de cultivar nuestros talentos con visión realista de la vida. En su magnífica y breve obra Biografía del silencio, escribe: “Lo que urge aprender es que no somos dioses, que no podemos –ni debemos– someter la vida a nuestros caprichos, que no es el mundo quien debe ajustarse a nuestros deseos, sino nuestros deseos a las posibilidades que ofrece el mundo”. Sólo así nos libraremos del castigo recibido por el criado temeroso por haber enterrado su bolsa de oro: “Como tenía miedo, enterré tu bolsa de oro; aquí tienes lo tuyo”.
En uno de los poemas, De Canto a mí mismo, el poeta americano Walt Whitman (181-1892), canta cómo todos los seres de la naturaleza deben entonar a coro un himno de alabanza a la Naturaleza.
CANTO DE AMOR
Creo que una brizna de hierba
no es menos que el camino
que recorren las estrellas.
Y que la hormiga es perfecta.
Y que también lo son
el grano de arena y el huevo del zorzal.
Y que la rana es una obra maestra,
digna de las más altas.
Y que la zarzamora podría
adornar los salones del cielo.
Y que la menor articulación de mi mano
puede humillar a todas las máquinas.
Y que una vaca, paciendo con la cabeza baja,
supera a todas las estatuas.
Y que un ratón, es un milagro capaz
de asombrar a millones de incrédulos.
Este es un canto de amor y respeto
a la más grande de todas las maravillas,
que es la vida humana.
Y yo también lo creo.
no es menos que el camino
que recorren las estrellas.
Y que la hormiga es perfecta.
Y que también lo son
el grano de arena y el huevo del zorzal.
Y que la rana es una obra maestra,
digna de las más altas.
Y que la zarzamora podría
adornar los salones del cielo.
Y que la menor articulación de mi mano
puede humillar a todas las máquinas.
Y que una vaca, paciendo con la cabeza baja,
supera a todas las estatuas.
Y que un ratón, es un milagro capaz
de asombrar a millones de incrédulos.
Este es un canto de amor y respeto
a la más grande de todas las maravillas,
que es la vida humana.
Y yo también lo creo.
Vicente Martínez
Fe Adulta
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