Hay veces en que pareciera que no es necesario ir a juicio para castigar a alguien. Es tan evidente el delito, nos horroriza tanto, nos parece tan deleznable que sencillamente esa persona debería ir inmediatamente a la cárcel sin más. No entendemos por qué necesitamos un procedimiento largo y costoso para demostrar algo que ya sabemos todos.
Algo así nos pasa esta semana cuando ha empezado el juicio al grupo que fue detenido por violar a una mujer en Sanfermines, “La Manada”, como son llamados. No podemos entender por qué tiene que transcurrir un año para que esto suceda. ¿Tan complejo es el asunto? Probablemente no, y aunque tenemos razón al pensar que la Justicia es lenta, a veces es necesario dejar transcurrir el tiempo para poder ofrecer una decisión objetiva e imparcial, que verdaderamente proteja a la víctima y no cause más daño. El paso del tiempo nos hace calmar los ánimos, nos volvemos menos viscerales. Eso no significa ser más comprensivo o indulgente. Significa poder asumir todo el daño que se ha causado y dar la respuesta adecuada, proporcionada. No la que nos saldría de las entrañas, que probablemente pasaría por un linchamiento público.
De hecho, durante este último año casi no hemos oído hablar de “La Manada”, y pareciera que los ánimos se han calmado, pero con la noticia del inicio del juicio la visceralidad ha vuelto, el deseo de causarles todo el daño posible corre como la pólvora en las redes y es amplificado por los medios. Pero no olvidemos que toca juzgar con la cabeza, no con el estómago. Incluso cuando creemos tener claro lo que ha pasado, juzgar a alguien tiene unas consecuencias demasiado serias y por eso lo dejamos en manos de profesionales. Porque somos conscientes de que si nos tocara hacerlo entre todos quizás acabáramos colocándonos al mismo nivel del que ha causado el daño, pagando la violencia con más violencia.
Álvaro Zapata sj
pastoralsj
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