De la página de Carlos Vallés SJ
Iba yo en el tren junto a una pareja mayor. El trayecto era largo por las llanuras de Castilla. Yo iba leyendo un libro sobre la Virgen. Inevitablemente entramos en conversación, y la conversación, dado el libro que yo llevaba entre manos, comenzó sobre temas de religión. Al cabo de un rato cobré confianza, y en un momento dado, y para reforzar algún punto de la conversación, les dije, “Yo soy sacerdote.”
Hubo un breve silencio, y la mujer preguntó, “Sacerdote, pero… ¿de los de siempre?” Me reí. Me dieron ganas de contestar, “De los de ahora.” Por mi edad, desde luego, era “de los de antes”, que es lo que la señora quería decir con “los de siempre”, y yo soy consciente y estoy satisfecho de que me he entregado a “lo de antes” cuando era antes y a “lo de después” cuando es después como espero entregarme a lo que venga cuando venga. La vida se vive viviéndola. No estoy yo para quedarme atascado. Pero comprendía a la buena señora y le aseguré que era de los de siempre. Que no se preocupara. Soy sacerdote según el orden de Melquisedek.
Luego le conté el chiste de Mingote. Dejé pasar un rato para no hacer demasiado clara la conexión, pero no pude contenerme y al fin le conté el chiste que a mí y a muchos nos hizo reír cuando Mingote lo publicó en los días del Concilio. Una de las cosas que había llamado la atención popular en el Concilio fue su apertura en la cuestión de la salvación eterna. Donde el Vaticano I había declarado que “fuera de la Iglesia no hay salvación” el Vaticano II dijo expresamente que hasta un ateo puede ir al cielo si obra según su conciencia en buena voluntad. A algunos les asustó un poco tanta generosidad tan explícita.
El dibujo de Mingote mostraba a dos señoras mayorcitas con sombrero sentadas en un banco de lo que podía ser el parque del Retiro en Madrid, y una de ellas le decía a la otra: “Diga lo que diga el Concilio, al cielo –lo que se dice al cielo– iremos las de siempre.”
Las de siempre. Que no nos lo quiten.
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