Sunday, July 13, 2008

Homilía de Betania; LOS DOLORES DE PARTO

Por Gabriel González del Estal


1.- San Pablo, en esta su Carta a los Romanos, nos dice hoy que la creación entera está gimiendo con dolores de parto. Y es que la creación entera no fue un nacer de una vez para siempre, sino que es un continuo nacer y, consecuentemente, un continuo morir. Nacen y mueren las plantas, los animales, nacemos y morimos las personas; hasta las estrellas mueren unas y nacen otras. Y el nacer, como el morir, siempre es un dolor, un dolor de parto, o de ausencia. San Pablo continúa diciéndonos que, después de la muerte y resurrección de Cristo, nosotros, los cristianos, poseemos ya las primicias del Espíritu y gemimos en nuestro interior aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. No es que aún no seamos hijos de Dios, sino que nuestro cuerpo, si no lo gobierna el Espíritu, no nos deja manifestarnos como tales. Esa es nuestra tarea mientras vivimos envueltos en este cuerpo mortal, cultivar la semilla y el grano del espíritu, para que pueda crecer y manifestarse en nosotros de tal modo que vivamos y nos manifestemos, también ante los demás, como auténticos hijos de Dios. Y esto no podremos hacerlo sin soportar cada día auténticos dolores de parto.


2.- En el evangelio, en esta bella parábola del sembrador, Jesús también nos invita a lo mismo. El sembrador, Dios, ha depositado en el campo de nuestra alma la semilla de su palabra y de su gracia. Pero esta semilla necesita ser cultivada, labrada día a día, para poder después recoger la espiga granada y dorada por el sol. Esto no se hace sin verdaderos dolores de parto, soportando el frío del invierno y el calor del verano, la lluvia intempestiva, los vientos huracanados y las amenazadoras tormentas. Y, a pesar de todos los esfuerzos del paciente y sacrificado labrador, unos granos caerán al borde del camino y se los comerán los pájaros, otros caerán en terreno pedregoso y se secarán pronto por falta de raíz, otros caerán entre zarzas que los aprisionan y los ahogan. Gracias a Dios que algunos caen en tierra buena y producen el ciento, o el sesenta, o el treinta por uno. Así es la vida de cada uno de nosotros. Somos huerto y tierra en los que el Señor ha plantado la semilla de su palabra. Pero de nosotros depende el que sepamos comportarnos como tierra generosa y fecunda que da el ciento por uno, porque la cultivamos y la labramos con esfuerzo y con amor, o como tierra reseca e impermeable a las inspiraciones de Dios, o como piedras insensibles ante el dolor humano, o como zarzas enmarañadas y agresivas que ahogan cuanto cae entre sus asfixiantes brazos.


3.- Y meditando las palabras que nos dice, en la primera lectura, el profeta Isaías, es bueno que hoy nos animemos a pedirle al Señor que la lluvia y la nieve de su gracia que él manda desde el cielo a nuestras almas no vuelvan allá sino después de empaparnos, de fecundarnos con su semilla y de hacer a ésta germinar en nosotros y dar el ciento por uno, para que ni a nosotros, ni a nadie falte nunca el pan material y espiritual de cada día. Todo esto debemos hacerlo día a día, minuto a minuto, aceptando el esfuerzo y el dolor que la vida siempre trae consigo. Porque, sin aceptar los dolores de parto que la vida trae consigo, no puede haber ni nacimiento material y espiritual, ni crecimiento, ni vida fecunda y cristiana.

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