Sunday, July 13, 2008

La homilía de Betania: LA SEMILLA CAYO EN TIERRA BUENA Y DIO FRUTO

Por José María Martín OSA


1.- La semilla es la Palabra de Dios, que produce al final una gran cosecha. La parábola del sembrador habla de los obstáculos con que tropieza el Reino de Dios en su desarrollo terreno. El final de la parábola, sin embargo, es optimista, pues nos habla de la buena tierra que produce una gran cosecha. La parte de semilla perdida, ¿no se halla ampliamente compensada por la otra que llega a dar un 30, un 60 y hasta un 100 por uno? Una buena cosecha en Palestina no suele exceder el 10 por uno, lo cual nos da a entender el significado de la gran cosecha que se anuncia en la Parábola. Entre las descripciones poéticas que hace el Antiguo Testamento sobre el tiempo de la salud figura la asombrosa fecundidad del terreno. Y los rabinos de la época de Jesús describían también los tiempos mesiánicos aludiendo a una producción fantástica de la tierra, que evocaba los días del paraíso. Cristo utilizó la misma imagen. Y hace recaer el acento parabólico no en la semilla que se pierde, sino en la gran cosecha que se logra y que supera todo cálculo previsible. Lo mismo ocurre con el Reino de Dios. Sus comienzos no son halagüeños pero, por tratarse de una sementera divina, se logrará una gran cosecha. El sembrador de la Palabra tropezaba con una serie de dificultades que parecían ahogar toda humana esperanza: superficialidad indiferente de los oyentes, su positiva adversidad frente al Reino, su inconstancia ante las exigencias de la fe. Pero El cuida de la tierra y la enriquece sin medida, por eso “cayó en tierra buena y dio fruto (Salmo 64)


2.- Podemos ser buenos sembradores, a ejemplo de Dios, que espera siempre lo mejor de nosotros. La interpretación de la parábola –probablemente posterior a la misma – pone de relieve las dificultades can que tropieza la Palabra. Se desplaza el acento del mensaje. Ya no es la gran cosecha lograda lo que se pone en primer plano, sino la semilla perdida. El fruto se halla condicionado por las disposiciones y actitud humana ante la Palabra. Fructifica en proporción directa a la calidad del terreno, a las diversas disposiciones de los oyentes. La parábola expone la verdadera naturaleza del Reino. Los tres obstáculos –el camino, las piedras y las zarzas- que encuentra para que la semilla alcance su período de madurez significan simplemente que una parte más o menos grande de la semilla se pierde. A pesar de todo, el labrador logra una gran cosecha: el reino de Dios se establece en la tierra con un éxito desproporcionado a sus comienzos humildes y adversos. A pesar del fracaso aparente del Reino, de la predicación y del mensaje cristiano, el poder de Dios logrará que la esperanza del sembrador se vea colmada con abundante cosecha. Su Palabra, como dice la lectura de Isaías, no vuelve a El vacía. También nosotros podemos ser buenos sembradores: siembra una disposición y cosecharas un sentimiento, siembra un sentimiento y cosecharas un pensamiento, siembra un pensamiento y cosecharás una acción, siembra una acción, y cosecharás un hábito, siembra un hábito y cosecharás un carácter, siembra un carácter y cosecharás un y cosecharás un destino


3.- ¿Qué clase de tierra eres? La tierra en la que cae la Palabra somos nosotros. Todo dependerá de las disposiciones de los oyentes de la Palabra. Ha llegado la hora de la siembra y la cosecha, ha llegado la hora en que tu ministerio muera al pasado, pero nace renovado, restaurado, cambiado, transformado, como el águila, ha llegado la hora de nacer, crecer, desarrollar, reproducir a plenitud todo lo que emprendas, porque Dios está dándote la semilla y esa primera semilla es la palabra de Dios. Crece espiritualmente y todas las cosas vendrán por añadidura. Destruye la cizaña y aprópiate del trigo. San Agustín en el Sermón 101 nos dice cuál debe ser nuestra actitud: “Lo único que nos atañe es no ser camino, no ser piedras, no ser espinas, sino tierra buena. --¡Oh Dios! Mi corazón está preparado (Sal 56,8)-- para dar el treinta, el sesenta, el ciento, el mil por uno. Sea más, sea menos, pero siempre es trigo. El campo no miente, Señor. El campo da lo que es. El campo no engaña. El labrador lo sabía. Años de experiencia trabajando le habían enseñado. El campo no miente, da lo que tiene. Si no está arado y preparado contra las malas hierbas, la cosecha es mínima. La vida es un campo. La vida no miente. La vida da lo que se da….Si damos mucho, lo multiplica y da maravillas. Si le damos poco, discutido, regateado, la cosecha es baja y la vida baja de tono. Nos quejamos, pero todos sabemos de donde viene la carencia. ¿Te quejas de la vida?, ¿pero que le diste tú? ¿Le diste amor, trabajo, entusiasmo, paz?, ¿te arriesgaste?, ¿te lanzaste?, ¿te sacrificaste?, ¿te fiaste?, ¿te comprometiste?, ¿te quedaste a medias en todo? La vida no miente, la vida da lo que ponemos en ella. Mucho si mucho, y poco si ponemos poco. Hay que arriesgarse. Hay que fiarse. Como se fía el campesino de los cielos y la tierra, de las estaciones y de la lluvia, de la bondad de la simiente y de la fuerza vital de la savia que sube por los tallos. Como se fía el campesino del campo. El campo no miente. La vida tampoco. Déjate llevar, y la mies de tus cosechas hablará por ti.

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