Tuesday, August 19, 2008

olimpiada final

Y el estadio se llenó de lágrimas. “El nido”, quiero decir, que no “El cubo” que era donde se corrían las hazañas de los delfines y de las sirenas de la competición. Los chinos no podìan creer lo que estaba sucediendo cuando se largaba la carrera de los 100 metros vallas. El gran héroe Liu Xiang, con el número 2 en la camiseta roja y en uno de sus muslos, enlazaba por última vez las correas de sus zapatillas. Se lo veía inquieto. Como si tuviera miedo de pegarnos a todos la gran sorpresa de la jornada.


Voz de puesta a punto y se abre la carrera. Pero alguien se ha movido antes de tiempo. Se anula este primer intento y se regresa a las bases. Liu Xiang se toca la pierna izquierda. Su gesto alarma a las cámaras de la televisión oficial que espía cada guiño o cada arruga. Y, cuando se da la nueva orden de partida, Liu arranca velozmente, da apenas media docena de pasos y se detiene con gesto de dolor. No puede más. El robot se ha roto. El héroe se ha cascado. Y el estadio de “El nido”, con noventa mil espectadores anhelantes, se deshace en decepción e inicia el llanto. Llanto por el héroe caído antes de comenzar la batalla.


Tengo a mano algunas fotografías que revelan ese momento dramático: el entrenador de Xiang aprieta los puños y llora con amargura. Alguien le alarga un clinex y trata de ocultar tras él la angustia de sus ojos. Una pareja de enamorados ha soltado las manos que enlazaban de emociòn un momento antes. Unas jóvenes periodistas dejan que caigan sus lágrimas sobre los follios de trabajo que tienen sobre las rodillas. Alguien, entre làgrimas, dice que ya se sabía que algo de esto podìa suceder porque tanto los entrenamientos de Xiang como la amenaza de esta lesión habían sido convertidos previamente en secreto de estado. Y es que China, que ya atesoraba en esos momentos un enviadble tesoro de casi cuarenta medallas de oro conseguidas en otras disciplinas, era en ésta de Liu Xiang donde había puesto sus más encendidos deseos. Cosas del deporte hipernacionalizado.


Una pregunta:¿un atleta que se rompe es como un pequeño Dios que se nos va de las manos? Al americano Phelps -8 medallas de oro- o al jamaicano Usain Bolt -el rayo contra el viento en 9.69 para los 100 metros- se los ha elevado a los altares de la admiración y el entusiasmo. A nuestro mismo Nadal lo han acosado en China y lo hemos canonizado aquí. ¿Es razonable este exceso emocional? Alguien ha escrito estos dias que las olimpiadas terminarán el dìa en que un atleta negro haya conseguido el 0.00 de la marca final. Ese día se habrà conseguido que la historia de la humanidad termine al haber logrado la marca definitiva en que los dioses y los hombres se hayan encontrado para siempre. Es decir: los hombres habremos llegado a la altura de unos dioses que hasta ese momento nos habían parecido inalcanzables.


Lo siento: ese encuentro, por lo menos para algunos, hace rato que se produjo y no porque los hombres hayamos conseguido lleger a Dios. Sucediò al revés. Un poeta del siglo XVII escribió un fabuloso soneto en el que hablaba de la carrera que Dios quiso librar un día en el estadio de los hombres. El resultado fue similar al que ha padecido ahora Liu Xiang: que “costole a Dios bien caro el hecho- porque, al partir, se le enclavó el caballo- en los mejores cuatro pies y manos- que las manos de Dios jamás han hecho”.



Eduardo Gil de Muro
religioso carmelita, periodista experto en televisión y cine y biógrafo
Del blog "Con permiso"
21

No comments: