Monday, December 22, 2008

La Navidad, según mi suegra


Hace unas tres semanas, hablé con mi suegra por teléfono y le comenté que su hija y yo habíamos pasado una tarde de sábado viendo las luces de Navidad en las calles de Madrid. Su comentario me hizo bastante gracia. “Pues vaya un país mas raro donde vivís. Aquí la Navidad empieza el 24 de diciembre por la tarde”. Ella es de Uganda, y vive en un poblado muy remoto en la parte norte del país. A sus setenta y tantos años, dos o tres veces por semana camina cinco kilómetros por senderos de montaña para acudir al mercado donde vende algunos de los productos que ella ha cultivado y compra artículos como sal, jabón, aceite para cocinar y parafina para que la lamparilla que usa por las noche pueda alumbrar su cabaña de barro y paja. El mercado de la localidad de Erussi está muy cerca de la frontera del Congo. Pero para la gente a ambos lados de la frontera, esta línea trazada en tiempos coloniales tiene poco significado, ya que ambos son de la etnia Alur, hablan la misma lengua y son parientes.



Al mercado de Erussi acuden cientos de personas de este país vecino, que traen sobre todo telas de gran colorido para venderlas. Todo hombre que se precie deberá comprar una a su mujer para que lo luzca el día de Navidad. Cada pieza cuesta 15.000 chelines (unos seis euros). Hace años la gente compraba también a los congoleños cerveza Skol, traída de contrabando. Pero ahora, con lo mal que están las cosas en este país son los congoleños quienes compran la preciada cerveza ugandesa Nile Special. Intentarán pasar la aduana sin que se las vean, y si les pillan no les quedará más remedio que dar una propina a los guardias para que hagan la vista gorda. Y si esa propina es una de las botellas, mejor, así que lo tienen en cuenta a la hora de hacer sus modestas “compras navideñas”.



El día de nochebuena, mi suegra Josephine, su hija y sus nietos recorrerán otra vez esos cinco kilómetros para acudir a la parroquia de Erussi. La misa –que nosotros llamamos “del gallo” - empezará hacia las ocho de la noche y durará unas dos o tres horas. Y al día siguiente, Navidad, otra celebración de parecida duración. Con cantos, bailes, tambores y un ambiente festivo. Y de vuelta a casa, comerán un pollo con mandioca, o si son muchos la situación se lo permite, matarán una cabra y se la comerán en salsa de aceite de palma, regado con alguna cerveza más bien caliente. En estas fechas las temperaturas pasan de los 30 grados a la sombra y allí no hay frigoríficos. Después, pasarán el resto del día con los parientes y vecinos, charlando, cantando y bailando, hasta bien entrada la noche.



En muchas iglesias ponen también el belén, y desde que China invadió hasta el último rincón de África con sus baratijas, ahora las guirnaldas de plástico, figuritas de Papá Noel y lucecitas con su soniquete de música están cada vez más presentes en las casas más modestas.


Como en la aldea de Erussi, en muchas partes de África la gente vive la Navidad de forma muy parecida y sin tanto consumismo como en Europa.


En general, a las iglesias, tanto católicas como protestantes, acude muchísima gente, incluso los que no la frecuentan nunca. No sólo porque es ocasión de lucir el vestido nuevo comprado unos días antes y de encontrarse con otras personas, sino también porque parece que el mensaje de la Navidad tiene mucho que decir a personas para quienes la vida diaria es una tarea muy dura.

Una persona que come una vez al día, ha pasado por alguna guerra, ha tenido a lo largo de su vida algún momento en el que lo ha perdido todo y tiene muy poco… entiende muy bien que el Hijo de Dios nació en un establo, que sus padres no encontraban lugar donde alojarse y que al poco de nacer tuvieron que huir del rey Herodes que quería matar al niño, y exiliarse en Egipto. Cuando lo oye en la iglesia piensa: “eso también me ha pasado a mí”. Creo que es una manera de realizar un singular acto de fe, como si la conclusión fuera “en un Dios así yo puedo creer”. Por eso, aunque no haya turrón, ni cava, ni gordo de lotería, ni grandes almacenes, ni cenas con cotillón, ni luces en las calles, quien ha vivido una o varias Navidades en África, sobre todo en sus zonas rurales, siente nostalgia durante estas fechas de unas fiestas vividas con menos medios pero tal vez con más sentido, y termina pensando, como la señora Josephine, que debe de ser muy raro empezar a celebrar la Navidad con tantas semanas de antelación, además de otras cosas que no la cuento por vergüenza.
Jose Carlos Rodriguez Soto
Madrid, 1960. Es licenciado en Teología (Kampala, Uganda) y en Periodismo (Universidad Complutense). Ha trabajado en Uganda de 1984 a 1987 y desde 1991 hasta el 2008, la mayoría de estos 17 años los ha pasado en Acholiland (Norte de Uganda), siempre en tiempo de guerra. Desde Junio 2006 hasta Enero del 2008 fue director de la revista "Leadership". Actualmente trabaja con Cáritas España en el Departamento de Comunicación
Del blog "En clave de África"
Periodista Digital

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