Liturgia de la Palabra; Eclo 48,1-4.9-11; Mt 17,10-13
“Cuando bajaban de la montaña, los discípulos preguntaron a Jesús” (Mt 17, 10).
“El Hijo de Dios es el primogénito entre muchos hermanos y, siendo por naturaleza único, atrajo hacia sí muchos por la gracia, para que fuesen uno solo con Él. También se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda” (Beato Isaac, Sermón 51)
Hay conversaciones íntimas que sólo tienen lugar en momentos privilegiados; uno de los más estelares en la relación de Jesús con los suyos fue cuando subió con ellos al monte alto, donde se les mostró radiante de luz y donde pudieron escuchar la declaración más asombrosa sobre su Maestro: “…cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y de la nube salía una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle»” (Mt 17, 5).
La identidad divina de Jesús se prolonga, por gracia, en quienes formamos con Él el único cuerpo de Cristo. No llegamos a comprender, igual que les sucedió a Pedro, a Santiago y a Juan, cómo es posible la transfiguración de nuestra pobre naturaleza en filiación divina, cuando experimentamos tantas veces nuestra contingencia. Y sin embargo, los textos evangélicos, los Santos Padres y la enseñanza de la Iglesia nos ofrecen el mensaje coincidente de lo que podemos llegar a ser si acogemos la Palabra de Dios, al Verbo hecho carne: A quien lo recibe, se le da poder para ser hijo de Dios (cf. Jn 1, 12).
Quizá nos hace falta subir al monte, entrar en el ámbito de la relación de amistad con Jesús, tratar con Él, conversar muchas veces “con quien sabemos que nos ama”, según diría Santa Teresa de Jesús.
Es muy posible que no hayas tenido ninguna experiencia extraordinaria, ni visión especial, pero la verdad sobrecogedora que nos revela el misterio de la Encarnación, y que de alguna manera se realiza en quien lo acoge y cree, es que por la opción de Dios de hacerse uno de nosotros, si somos fieles a su ofrecimiento, a cada uno se nos hace una sola cosa con Él.
«Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la esposa de su Hijo amado; y el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo (cf. Col 3,16)». (Benedicto XVI, Verbum Domini 51)
Ecclesia
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