Este es un espacio para alimentar y vitalizar la dimensión espiritual y humana de las personas comprometidas con la construcción de una sociedad más humana, justa y solidaria. Todos somos peregrinos. "sal de tu tierra, de tu casa y vete a la tierra que yo te mostraré; haré de tí una gran nación y te bendeciré." (Gén. 12, 1 ss)
Thursday, June 16, 2011
A esta hora de la noche darse un tiempo para reflexionar: Tres escalones
Tres escalones
Eran solo tres escalones. Pero la niña pequeña no quería subirlos. Es verdad que los escalones eran altos para sus todavía cortitas piernas, pero podía subirlos perfectamente. Solo que no quería. Y lloraba. Y pateaba. Y tendía sus brazos a su madre para que la levantara y la subiera en vilo los tres escalones. Todo un espectáculo en medio de la calle ante la gente que pasaba y miraba y seguía adelante.
La madre de la niña estaba a su lado tranquila, compuesta, paciente, esperando. No la reñía, pero tampoco cedía. No se enfadaba, pero no tomaba a la niña en sus manos. Quería que ella fuera aprendiendo lo que tenía que aprender, que subiera los escalones que debía subir, que no manipulase a su madre con sus lloros, que aprendiera a vivir. Y la madre esperaba tranquila. Y la niña lloraba.
La niña subió un peldaño. Una concesión a la autoridad materna. Una vez subido el escalón, se plantó en él y siguió llorando y extendiendo los brazos hacia su madre. Seguía la presión. Ella había cedido subiendo un escalón; que cediese ahora su madre y la tomase en brazos. Pero la madre no cedió. Seguía tranquila, paciente, serena. Sin ceder. Sin impacientarse ni enfadarse. Y sin moverse. Que aprenda la niña.
La niña subió el segundo escalón. Y volvió a llorar. Un último esfuerzo para imponer su punto de vista, para forzar a su madre, para implantar su dictadura infantil. Pero la madre no cedió. Estaba dando una lección de educación a los hijos en plena calle. Una orden es una orden, y hay que cumplirla cuando es razonable y oportuna. Y no valen chantajes emocionales. Aunque llore la niña.
La niña subió el tercer y último escalón. Se paró. La madre la tomó de la mano y ambas siguieron andando adelante. La niña ya no lloraba. Y una lección importante de vida le había quedado grabada en la memoria. No manipularás a nadie.
Me pregunté: ¿Sabrá esta sabia madre mantener esa postura templada y firme cuando su hija crezca y se haga mayor y empiece a hacer cosas que no debería hacer y a exigir a su madre concesiones que no se deberían conceder? ¿Sabrá plantarse cuando su hija, ya mayorcita, le diga que se va a pasar la noche del sábado con unos amigos, sabrá decirle que el fumar le hace daño y el beber la debilita, sabrá negarse a pagarle la cuenta del móvil cuando es doble de lo convenido, sabrá apagarle la televisión cuando se pase horas ante la pantalla, sabrá desconectarle Internet cuando abuse de ordenador, sabrá corregirla si suspende examen tras examen, sabrá detenerla si la ve con drogas?
Ojalá sepa. Ojalá no se deje manipular nunca por llantos adolescentes. Ojalá se mantenga firme ante su hija.
Son solo tres escalones. Son toda una vida.
Carlos Valles SJ
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