Cada mañana cuando nos levantamos el Señor pone delante de nosotros un nuevo día. No sabemos como va a transcurrir por más planes que hayamos hecho el día anterior. Solamente sabemos que todo puede ser nuevo si nos acogemos a la bondad de Dios.
Nuevo con el frescor que trae la mañana, nuevo porque deseamos hacer las cosas con una intención renovada de ser mejores que ayer. Y porque el Señor ha dicho: “Hago nuevas todas las cosas”.
Un himno de Pentecostés pide al Espíritu Santo que renueve la faz de la tierra. Esta es una buena petición para elevar al Señor: Que vivifique el mundo necesitado de bondad.
Si nos sentimos renovados por dentro algo cambiará en nuestra vida porque esta es la misión del Espíritu: Renovar recrear, iluminar, purificar, fortificar. Así como los discípulos de Jesús de hombres timoratos pasaron a ser valerosos, también cada uno de nosotros si nos fiamos del Espíritu recibido en el bautismo, nos sentiremos sin miedo y libres para anunciar que Jesús ha resucitado; inundará nuestro corazón con el don de la fraternidad y sostendrá nuestra esperanza de que al fin de nuestros días nos acogerá como hijos amados de Dios.
Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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