Cuando vivimos blindados y acorazados, solo una mirilla nos comunica con el otro, con la vida y con Dios.
Es sabido por todos que la mirilla, para que cumpla su función, aleja lo que tiene cerca. Ésa es su peculiaridad: apartar lo que está a la distancia de un abrazo, de una caricia o de una sonrisa.
¿Por qué no nos arriesgamos a abrir la puerta?
Carlos Muñz Novo
pastoralsj
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