La continuidad de los niños supone un reto para la catequesis de iniciación
JOSÉ LUIS PALACIOS | La Primera Comunión es uno de los tres sacramentos que jalonan la iniciación cristiana, junto con el Bautismo y la Confirmación. El mismo Benedicto XVI explicaba que, “para muchos cristianos este día ha quedado grabado en la memoria, con razón, como el primer momento en que, aunque de un modo todavía inicial, se percibe la importancia del encuentro personal con Jesús”.
Lejos quedan ya los tiempos en que existía la consideración general de que la Primera Comunión era “el día más feliz de la vida”. Vivimos en una sociedad secularizada donde la tradición cristiana no es ya referencia significativa para la mayoría, presa, a su vez, de una ansiedad por la novedad donde casi todo envejece prematuramente.
Mucho se ha trabajado en los últimos años, con más o menos acierto, aunque pueda parecer que los frutos no han llegado al mismo ritmo que los vertiginosos cambios sociales acaecidos. “Se está haciendo un esfuerzo como pocas veces se ha hecho en la Iglesia por mejorar la catequesis, con materiales de todo tipo, cursos para educadores, planes…”, confirma el párroco de San Alfonso María de Ligorio, en el madrileño barrio de Aluche,José Cobo.
Sin embargo, un vistazo a las estadísticas revela que si hay unos 250.000 niños y niñas que comulgan por primera vez cada año en España, no llegan a 100.000 los jóvenes que cierran el ciclo de la iniciación cristiana con la celebración de la Confirmación.
“No vale el presupuesto de que los chavales llegan con fe a la Iglesia, sino que la realidad es muy diversa y plural, y puede que no estemos sabiendo darle respuesta”, opina José Cobo, para quien “vivimos inmersos en una cultura donde no hay lugar para la fe y muchas familias son ajenas a la vida espiritual”.
Con todo, encuentra signos de esperanza en el hecho de que, “cuando la familia se implica, cuando vienen y descubren la fe, se mantienen dentro de la comunidad. Es verdad que aún hay un grupo que mantiene las motivaciones sociológicas para pedir la comunión, pero también se dan experiencias mucho más intensas que las que había antes”.
Una vivencia adulta
Lo cierto es que son variadas las iniciativas que están llevando a cabo para que la iniciación a la fe desemboque en la vivencia adulta y comprometida que necesita la Iglesia. Mari Patxi Ayerra cuenta con una larga trayectoria como catequista de Primera Comunión. Ya en la década de los 70 tuvo que preparar a sus hijos para recibir este sacramento, y lo hizo a contracorriente de los usos imperantes de la época.
“Prescindimos de todos los efectos especiales (traje, regalos y convite) para resaltar el valor de vivir la fe en familia y junto con la comunidad. Hacíamos convivencias, celebraciones comunitarias, impartíamos la catequesis toda la comunidad y procurábamos subrayar en el día del sacramento la incorporación de los niños a la mesa de los mayores, potenciando su experiencia espiritual de encuentro con Dios”, recuerda quien hoy ejerce de catequista de padres.
Ayerra, miembro del equipo de catequistas de adultos de la Parroquia de Santa Teresa y San José, en Madrid, resume así los cambios sociales que acompañan a las primeras comuniones: “Cada vez importa menos lo religioso, lo que, unido al aumento del poder adquisitivo y el apego a la fiesta, han convertido el sacramento en una excusa para entregarse a una gran celebración”.
Sus años de experiencia le permiten identificar las tres actitudes que predominan en las familias que quieren la Primera Comunión para sus hijos. La que mantiene “la población sudamericana, con una fe fuerte, puede que de formas antiguas, como éramos nosotros hace cincuenta años”; las de los autóctonos que, a pesar de todo, son creyentes, pero “con una vivencia de la fe adormecida, que despierta al llevar a sus hijos a la Iglesia”; y la de quienes “ven interesante lo que dices y haces, pero nunca van a mantener una continuidad”.
Ayerra insiste en que también a los padres hay que acompañarles en ese proceso, para que no vean la catequesis como un “túnel de lavado que no hay más remedio que pasar” y facilitarles que “puedan llevar a sus hijos a las catequesis y, de paso, que tengan ellos un encuentro con Dios”.
En la parroquia de San Alfonso María de Ligoriodirectamente hablan de un itinerario de iniciación cristiana que dura seis años. El párroco, José Cobo, explica que se esforzaron mucho por “encontrar nuevas palabras adecuadas a lo que queríamos hacer”.
El papel de la familia
En la también madrileña Parroquia de Las Rosas, la familia ha de implicarse en la preparación a la Comunión.
En casa se aprenden las oraciones, las reflexionan y comentan para luego reunirse en el barracón que tienen por iglesia tanto los adultos como los chavales, hasta el momento de verse todos juntos.
Estas condiciones, según cuenta Pilar Sánchez, catequista, “permiten crear unos lazos y unos vínculos con los padres que no suelen terminar en esa primera meta volante que es la Comunión. Nuestra catequesis criba a los padres que la conciben solo como un acto social y que no están dispuestos a perder tres años asistiendo también ellos a catequesis”.
Los que sí lo hacen, añade, “terminan enganchados a la comunidad, a la manera de vivir y celebrar en ella. Tenemos la gran suerte de que muchos de nuestros padres se quedan en otros grupos de formación o de otro tipo, lo que facilita que sean ellos los que animan a los niños a quedarse en la poscomunión”. Ya en las últimas reuniones de catequesis se les ofrece pasar a la siguiente fase.
Vida Nueva
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